Conste, por empezar por derecho, que soy católico. Conste también que en los muchos años que llevo escribiendo en prensa jamás había escrito sobre las sucesivas llegadas a España del Sumo Pontífice. Conste que yo jamás había escrito “Sumo Pontífice”, sino simplemente “el Papa”, como mucho. Conste que jamás había dado la bienvenida a un Papa por escrito en los diferentes periódicos donde se han publicado mis columnas.
Sin embargo desde el pontificado laicista de Rodríguez (Ahora me gustará llamarle así, con el tema prescindible, superfluo y fútil de los apellidos) hay en España un aire de revancha antirreligiosa, de vengativa agresividad infantil y de arrinconamiento de los sentimientos cristianos. Todo aquello que el capitalismo y su consiguiente materialismo (tanto tienes, tanto vales) iban degradando, la dignidad y nobleza de los sentimientos religiosos, la altura de miras de un auténtico cristiano, todo aquello ha sufrido un arrinconamiento belicoso, directo e indisimulado por parte del zapaterismo. Lo vergonzante de una sociedad occidental echada en manos de la vida hedonista, sensual y facilona ha encontrado la colaboración del radicalismo zapaterista. Echo de menos a Felipe González, oigausté.
Quedamos muy pocos millones de católicos. Católicos no de nombre, no de horizonte lejano, sino católicos de interés, de participación, católicos de acción. Entre las angustias laborales, familiares, hipotecarias y crematísticas en general, las necesidades ficticias creadas por la publicidad capitalista y la dura realidad de la supervivencia “contra” el zapaterismo y sus secuaces antieclesiales estamos siendo arrinconados. Quedamos pocos y además nos estamos dejando comer el terreno avergonzadamente por el anticlericalismo más propio de siglos pasados. Parece como si ser católico fuera algo de lo que avergonzarse, algo que llevar escondido, algo que no se debiera pregonar no vaya a ser que luego digan.
Jamás se habían producido con tanta virulencia las manifestaciones antipapales o anticristianas. ¡Incluso hay quien, para defender la visita papal, se remite a los beneficios económicos que su figura arrastra! Oiga, ¿pero para eso no está ya Shakira y los diversos mariachis feriales que montan los municipios para echar de comer a sus disciplinados lebreles? Me gusta ver en Facebook a “amigos” de todas las edades que han sustituido su foto por el icono de bienvenida a Benedicto XVI, me gusta ver en mi periódico provinciano (lo que a estas alturas debe ser entendido como próximo y de alta calidad) fotos de chavales jóvenes en la recepción de nuevo obispo o en los actos de la catedral con motivo de la llegada del Papa. Me gusta decir que si nunca he escrito sobre el Papa quiero hacerlo ahora porque sí, porque me da la gana y porque quiero. Y porque estoy cansado de tanto ataque garrulo, improcedente, vengativo y decimonónico. Porque me siento cansado del acoso materialista, bien capitalista o socialista, y porque alguna vez hay que reaccionar.
Todo ello no me impide lamentar las increíbles acciones cometidas por unos cuantos clérigos y ocultadas por otros. Por cierto, ¿no ha sido precisamente Benedicto XVI el que ha dicho que hay que poner en manos de la justicia a todos estos mangantes sexuales?
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