Palencia es una emoción:

19 noviembre 2010

El protocolo, el maldito protocolo

Nunca he sabido ser correcto socialmente. Uno, que tantas veces recibe el cariño de otros, sean familiares, amigos o seguidores desconocidos, se encuentra siempre con el apuro de no saber responder adecuadamente, de no saber estar a la altura de lo que los demás esperan de mí.

Admito los misterios que el protocolo social tiene para mí, generalmente me resulta una incógnita demasiado difícil de despejar saber qué debo hacer en determinados contextos sociales. Casi nunca sé si debo extender la mano, sólo sonreír afectadamente, expresar mi emotividad o callármela y hacerme el duro. La vida social tiene normas que me resultan de difícil interpretación.
Estoy convencido de que es cosa de mis innumerables complejos, o tal vez de mi falta de mundo, de mis limitaciones intelectuales o de mi incapacidad para aceptar determinadas normas básicas, pero nunca he terminado de entender la lógica que debe llevarme a sentarme en tal puesto en vez de en tal otro, si soy yo quien tiene que dar la mano o si debo esperar que el otro me la tienda a mí.

Definitivamente nunca podré entrar en la gran sociedad, qué dolor. Cuanto más me abre sus puertas la Humanidad más a gusto me siento en mi sillón, con Fermín, mi perro de agua, sentado entre mis pies, esperando una señal. Él nunca me echaría de su casa por no saber irme a tiempo. Ésa es otra de mis limitaciones, qué le vamos a hacer. Todavía recuerdo, y lo que tardará en olvidárseme, cuando aquel anfitrión tuvo la delicadeza de señalarme la puerta de salida, “Pedro, majo, pues cuando quieras”. Naturalmente no volveré allí, pa chulos yo. O para no aburrirle con mi desconocimiento social.

¿Pero saben lo que les digo? Que cuántas veces nos valemos de actos y gestos protocolarios para cubrir con una pesada manta palentina lo que realmente sentimos o pensamos de los demás. En mi caso esa cobertura no existe, soy tan limitado socialmente como muestro, pero bajo mi rústica pátina protocolaria soy sobriamente bueno. Lo que debería escocer a tanto patán convertido en director, presidente, importante prohombre o secretario general de cualquier cosa. Apenas raspas debajo del protocolo les encuentras falsedad, resentimiento y envidia. Sobre todo envidia. Eso sí, siempre saben cuándo sonreír y cuándo marcharse. Además invitan mucho. A todo. A todos. Siempre. Jo, así cualquiera.

Yo, pobre infeliz, me conformo con mi sillón, un sanfrancisco en la mano y mi colección de música barroca a todo trapo. Y Misanta. Y Misantita. Y Fermín a mis pies, naturalmente.

Ésas son mis limitaciones, ¿y ahora hablamos de las suyas?

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