Dicen que a la mayoría de los italianos les gustaría ser como Don Silvio. Dado que la carne es débil, además de corrupta y envidiosilla, me lo creo. Es poderoso, es varias veces multimillonario y cada dos por tres se acuesta con las mejores gallinas del corral. Y lo más importante de todo es que no lo hace avergonzadamente, sino que a pesar de que es algo notorio y conocido no sólo no le importa sino que lo repite cada fin de semana. O más. Lo de la desvergüenza es, supongo, lo que más les atrae a los ciudadanos trasalpinos. Tener poder para beneficiarse a esas tías (perdonen, hay “señoras”, “señoritas” y “tías”, las de Berlusconi son tías, seguro) sin que le pase nada, mostrándose independiente de los acontecimientos, por encima del bien y del mal y con capacidad de prescindir de la opinión de los semejantes es algo que no está al alcance de nadie. Seguro que hasta Zapa se avergüenza de los errores que tanto nos están costando, pero Berlusconi no, a Berlusconi le trae al pairo todo el escándalo, incluso tres cominos le importa la opinión recién expresada de la Iglesia italiana, con una influencia sobre el pueblo que ya quisiera la española.
De todo este asunto lo que más me llama la atención no es nada de lo anteriormente expuesto, sino que el casero de las susodichas individuas las haya echado a la calle por “indecorosas”. En esta España que tristemente padecemos la palabra “decoro” está en vías de extinción; si alguien la utilizara para referirse a cualquiera de los espectáculos que presenciamos en la calle o en la tele sería tachado de rata de sacristía, de atrasado culturalmente, de obsoleto, de integrista. De “intereconomista”, y ustedes me entienden bien.
En esta España en la que todo vale, en la que nada está prohibido, en la que se gasta dinero público en enseñar a masturbarse, en la que las televisiones se ríen de los sentimientos católicos, en la que las chiguitas (déjenme utilizar un palentinismo) de dieciséis años pueden abortar como quien se cura un grano y pueden comprar la píldora del día después como quien va al quiosco, pedir decoro a los ciudadanos es ser marciano, sólo lo haría alguien ajeno al mundo real, tal vez un eremita que hbiese pasado los últimos siglos aislado del mundanal ruido. Si alguien en España expulsara de su piso a las putillas berlusconianas por indecorosas enseguida saldrían la Sexta, Públiko, El Gran Guayomin y Buenafuente, todos en comandita, a reclamar la intervención del Defensor del Pueblo con tan atrevido discriminador, y seguramente el Tribunal constitucional añadiría un trabajo más a la cola de tareas por resolver antes del hundimiento del mundo. Y la España semianalfabeta que cree que cuanto más progre, mejor, la España acomplejada que cree que debe ser barrido todo sentimiento de culpabilidad (excepto en la derecha cerril, explotadora y caciquil, por supuesto) aplaudiría hasta con los pies, saliendo a defender el honor de las pobres víctimas del capitalismo derechista y salvaje de Berlusconi. Porque la culpa sería sólo del casero, burgués y capitalista que se aprovechaba de la debilidad de unas pobres chicas alegres, aunque lo haya hecho como parece para salvar el buen nombre de su empresa ante la crítica sociedad italiana, que al parecer todavía tiene criterio propio.
A mí el que me da pena es Berlusconi, sólo tiene dinero. Carece de ética, moral, dignidad y otros sentimientos nobles. Me da pena, vergüenza ajena, lástima y una serie de sentimientos complejos y difíciles de poner por escrito, sobre todo ahora que ya me he cansado de escribir. Lo que no entiendo es que Italia, mi admirada Italia, lo haya elegido. Lo que no entiendo es que no haya una rebelión popular a la tunecina para echarlo a escardar cebollinos.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo. La crisis por la que atraviesa hoy el mundo desarrollado no es sólo una crisis económica, sino también una crisis de valores que apuntan, inevitablemente, hacia un futuro incierto. El ocaso de la civilización occidental pero sin saber muy bien hacia donde se va.
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