Asisto escandalizado al escándalo de Occidente. Me llevo las manos a la cabeza porque Occidente se lleva las manos a la cabeza. No entiendo a Occidente, no entiendo a Europa ni a Estados Unidos. No nos entiendo, entiéndaseme.
Los medios de comunicación nos traen todos los días noticias de la rebelión del mundo árabe. De parte del mundo árabe, seamos claros. Túnez, Egipto, Bahrein, Argelia, diz que ahora le toca a Marruecos. Se desploman las dictaduras árabes. Para nuestro escándalo descubrimos al rebufo de las masas populares que sus longevos regímenes son dictaduras. Nos escandalizamos de que sean dictaduras, abominamos de ellas y publicamos encendidos editoriales y sesudos discursos oficiales alabando a la juventud rebelde que por fin se decide a tomar las riendas de su propio futuro. Viva la juventud árabe que por fin derriba a sus viejos, caducos y trasnochados líderes en busca de un futuro perfecto, como nosotros, como el nuestro. ¿Quién ha dicho que el nuestro sea un futuro perfecto. Sólo perfectible, ya no va más.
Descubrimos que sus regímenes son rechazables, descubrimos que sus líderes son unos hijos de puta que tenían esclavizados a sus respectivos pueblos. Y aconsejamos sobre la transición, explicamos cómo dejar caer en la miseria a estos hijos de puta que gobernaban con mano de hierro, decidiendo por sí solos en nombre de sus gentes. Todo por el pueblo pero sin el pueblo, ea.
Pero a estos hijos de puta los recibíamos alborozados, con pompa y boato, en nuestras casas, les ofrecíamos nuestros palacios, les rendíamos pleitesía. Según el caso hasta les teníamos en nuestra misma internacional, codo con codo en las reuniones en las que se planificaba el destino del mundo, en las que se orientaba, se sugería y se aconsejaba qué decisiones tomar. Todo muy demócrata. Comíamos con ellos, bebíamos con ellos, menos alcohol, claro, y paseábamos cogiditos de su mano, todo fuera por el gas, el petróleo o simplemente el comercio y la libre circulación internacional. Eran nuestros héroes, intercambiábamos regalos, honores y prebendas, les apoyábamos y les sustentábamos.
Y les sustentábamos, descubrimos hipócritamente ahora, contra sus ciudadanos, contra la voluntad de sus pueblos, contra la democracia. Nosotros, los demócratas de toda la vida. Sepulcros blanqueados. Pero sólo cuando las manifestaciones multitudinarias, sólo cuando los ejércitos en las calles, sólo cuando los muertos. Sólo cuando las multitudes a las que de pronto queremos defender han puesto su sangre sobre el asfalto descubrimos que quienes eran nuestros amigos eran unos hijos de puta que tenían sojuzgados a sus súbditos.
¿No somos unos hijos de puta o es simple cuestión de estrategia política e intereses nacionales?
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