Los políticos son de otro planeta. Y los que les bailan el agua. Sólo así puede explicarse determinadas meteduras de pata, de ésas de las que deberían arrepentirse antes de acabar de pronunciarlas. Lo de los “tontitos” de Celia Villalobos, por empezar por un ejemplo reciente. Hay cosas que los políticos no pueden decir ni en la más estricta intimidad, a sabiendas de que los contrarios son crueles y despiadados y terminarán por utilizar esas declaraciones a su conveniencia. Antes de decirlo deben pensar hasta cien y luego callarse.
Pero si echáramos la vista atrás en cualquier periódico nos encontraríamos con payasadas semejantes, exactamente igual de ofensivas o criticables. No digamos nada de las manifestaciones acerca de la cara de pedo (¿era de pedo?) de Leyre Pajín por parte de Santiago Segura. Ay, si las hubiera dicho el alcalde de Valladolid. Y sin ser ofensivas directamente a ningún colectivo (sí a la generalidad de españoles, porque supone tomarnos el pelo) mejor resulta callarse sobre la pesada insistencia de Zapa en reclamar la recuperación económica para el segundo trimestre. Año tras año. ¿Se creerá que somos “tontitos”?
Pero también los que les bailan el agua, decía más arriba. Criticar las tontunas desafortunadas de algunos políticos (“de ambos sexos” que diría Doña Bibiana, como si hubiera políticos de ambos sexos) no supone verse libre del mismo bochorno:
La izquierda mediática, que se cree bendecida en exclusividad por los dioses de la democracia, la justicia y la igualdad universales, piensa que precisamente por ello está por encima de las reglas de comportamiento y que por lo tanto puede pontificar libérrimamente sobre las gilipolleces de la derecha, cree que ser de derechas es ser como algunos delincuentes o predelincuentes del PP. Mejor aún, cree que ser de derechas es ser del PP y que ser del PP es bordear la legalidad, si no sobrepasarla. Ellos no, ellos están por encima del bien y del mal y por lo tanto pueden llamar “tontitos” como ha hecho “Públiko” a millones de católicos. O eres de los míos o estás contra mí; es más: o eres de los míos o eres digno de los infiernos mediáticos, sociales y políticos, eres “tontito” y por lo tanto apestado.
Públiko (y su multimillonario dueño) me la sopla desde el momento en que no admite sobre sí la misma carga de culpa que arrojó sobre aquel tertuliano de “El Gato al Agua” que describió, con tanto desproporción y tanta equivocación, a una consejera catalana como una zorra y una guarra. La izquierda y la derecha se tocan por los extremos, jamás admitirán la más mínima culpa sobre sí; todos los inconvenientes, excesos y errores del mundo se deben a los demás. “¿Quién como yo?” es su eterna cantinela.
Los católicos deberíamos rebelarnos y organizarnos al margen de la Iglesia, la presida Rouco o el monaguillo de mi parroquia, pero uno empieza a hartarse de poner tan evangélicamente la otra mejilla tanto como de recordar a estos meapilas anticlericales de que hay muchos millones de españoles que no pueden comer gracias a Zapatero, mientras algunos, demasiado pocos, comen, visten y viven gracias a Caritas, por ejemplo. Uno empieza a hartarse de tener que recordar que Iglesia no es Rouco ni la Conferencia Episcopal. Iglesia es Caritas, es Manos Unidas, es el párroco que renunció a una carrera de relumbrón por ganar 500 euros al mes y carecer de familia, casa y vacaciones. Iglesia es el ministro de Pakistán que acaba de ser asesinado por ser cristiano, Iglesia es cada uno de los cristianos que cada domingo siente profundamente el momento de la Consagración o de la Comunión. Iglesia es mi amigo de toda la vida que a los cuarenta años abandonó su vida muelle, burguesa y acomodada para irse a Kenia, a los barrios más pobres de Nairobi, a dormir entre cucarachas y pasar hambre.
Los católicos deberíamos rebelarnos y organizarnos al margen de la Iglesia, la presida Rouco o el monaguillo de mi parroquia, y empezar a movilizarnos socialmente y dejar oír nuestra voz crítica con la barra libre del aborto, la sirva el partido que la sirva, con la inmoralidad de la corrupción económica y política de nuestros dirigentes. Deberíamos dejar oír todos los días no sólo nuestra queja y protesta cada vez que nos llamen “tontitos” por no pensar como “Públiko” (que me la sigue soplando), sino también mostrar nuestro desprecio a programas de televisión pensados para conformar poco a poco una sociedad infecta e inane, que nos presenta situaciones indecorosas como si fueran incontestablemente normales, aún siendo impropias de cualquier sociedad íntegra y juiciosa. Sobre todo deberíamos empezar a defender todos los días que tenemos tanto derecho a pensar lo que nos da la gana, aunque sea “públikamente” incorrecto.
Los políticos son de otro planeta. Y los que les bailan el agua. Pero a todos ellos deberíamos recordarles quién tiene y quién no tiene culpa de que haya cinco millones de parados, de que la sociedad siga sin noticia de los brotes verdes que alguien vislumbraba dos o tres años atrás. Porque si no pareceríamos “tontitos”.
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