Noviembre moroso de otoño en
Palencia. La crisis llora sobre la ciudad, bufa sobre calles y parques mientras
las hojas muertas abofetean las caras ciudadanas como si fuesen los
irresponsables políticos. El fotógrafo de la gárgola chorrea, cumpliendo
impertérrito su misión. Pausadas horas lacrimógenas vierten su desprecio sobre
nosotros y apresuran nuestros pasos en busca de refugio seco. Televisiones
vomitan la macarra spanish way of life sobre espectadores insulsos que no
comprenden que los protagonistas de la opereta cómica que ven son ellos mismos,
que en realidad están contemplando sus propias miserias reflejadas en obscenas
series de mucho séxito.
Palencia flota en nubes ebrias de
metamorfosis estacional. La lluvia apresurada tamborilea sobre los tejados
canciones de guerra anunciando nueva batalla electoral. Las estatuas de los
ancianos del salón empiezan a sentir la humedad, se levantan y se van, hartos
de aguantar bromas de adolescentes semibeodos con permiso de la autoridad.
Mañana tendrá que buscarlos la Policía Municipal entre jardines de lodo y
esbeltos chopos de hojas abrasadas por la caída de sol.
Al fin aparecen los abuelos del
Salón, abrazados y felices, convertidos en huesos de santos, pero nadie los
reconoce, que éstos son tiempos laicos que no están para dulces si son
eclesiales, vade retro. Se serena la noche y el Cristo del Otero, calado hasta
los huesos, aprovecha el repentino sosiego, apaga la luz y se despide pronto.
Mañana ha de levantarse temprano para buscar trabajo en talleres y fábricas,
oficinas y tiendas, cualquier cosa con que arribar a fin de mes. Por la tarde
en el casco viejo tiene un desahucio que frenar, la pancarta más grande, los
gritos más crispados serán suyos.
Noviembre moroso de otoño en
Palencia. Crisis llora sobre ella los pecados de rico epulón cometidos.
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