Palencia es una emoción:

17 febrero 2012

Ni miento ni me arrepiento


A pesar del paso del tiempo, el fin de su padre sigue ocupando su cabeza, ha visto ceder ante la muerte y derrumbarse a uno de los hombres más poderosos de su tiempo. Aún con el recuerdo vivo del maestre de la Orden de Santiago y con el dolor frunciendo su entrecejo se dirige cierto a su casa paredeña. Su adusto caminar de soldado marca el ritmo de los versos que piedras centenarias murmuran a su paso mientras a su cabeza suben nobles sentimientos filiales. Puestas en papel sus recias palabras en román paladino servirán para curar la pena que le corroe.

Paredes que le vio nacer, centro de la patria castellana entonces, susurra a sus oídos un sinfín de pasiones con las que labrar una elegía en forma de copla a la muerte de su padre, elegía que seguirá siendo ejemplo de caricia, amor y delicadeza literaria cientos de años después. Jorge llega a casa y pide pronto recado de escribir.
El comercio y con él el regateo se adueñan de la ciudad; el bullicio llega desde las proximidades de la barbacana del palacio de los Manrique hasta la antigua aljama. Negociantes y mercaderes, sacamuelas y artesanos, labriegos y ganaderos, alfareros y cesteros contribuyen cada uno a su manera al progreso económico y social de Paredes. Todos se aplican con esfuerzo y por allí se oye machacar el hierro, en la otra esquina se cierra un trato y unos metros más allá unos sacos de trigo cambian de dueño. Nadie deja el lugar hasta que el sol se decide a caer.

Un tal Pedro, un joven de apellido vasco, se resiste a marchar. Aprovecha embebido hasta el último rayo de sol, enredando con pinturas y colores, con lienzos y tablas, pintando santos y reyes, vírgenes y calvarios, anunciaciones y bautismos junto al Jordán. Prueba luces y texturas hasta quedar satisfecho, rostros y ropajes hasta lograr la perfección, Paredes se le queda pequeño y sueña con viajar a Italia y aprender de sus grandes maestros. Irá y volverá, que también sueña con embellecer el retablo de su iglesia y pregonar en ella la grandeza de la tierra que le vio nacer.

Son tiempos excelsos para la ciudad, los genios se pelean por nacer en ella y labrar entre sus soportales nuevas rutas para el arte y la exaltación de la belleza. Versos hechos amor filial, pinceles que besan con de licadeza las tablas y emociones convertidas en grandes tallas marcan la edad de oro de Campos Góticos. "Ni miento ni me arrepiento", dijo Manrique. Historia de Castilla con pluma, pincel y gubia.

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