Las rejas son para impedir la
salida, no para impedir la entrada del frío que viene de las áridas tierras. El
viento acaba de batir cerros y valles y llega cargado de febrero con todas sus
consecuencias, juega ente los barrotes y espabila los patios. Descarga la nieve,
cae el agua y un pequeño infierno se desata en la cárcel. Ésta es de las pocas
veces que a alguno no le importaría hacer esperar a la libertad.
Dentro las miradas buscan algún
lugar de la pared de enfrente no visitado anteriormente en el que posarse y ver
la esperanza. Pero todos los rincones están ya ocupados por otra mirada, por
otra espera, por otra pena. No queda espacio en el que depositar el error
cometido, contemplarlo con extrañeza y repudiarlo como si algo ajeno fuera.
Quisieran purgarlo todo en un instante y lapidar aquella mala idea con un
segundo flamígero. Los altos muros no
impiden que las mentes escapen y vaguen entre los campos yermos de este
invierno que nuevamente llaman ola de frío. Qué reiterativa puede a veces ser
la vida.
La broma es engañar a la propia
imaginación y llevártela de paseo por aquellos lugares que una vez quisiste,
tal vez la plaza de tu pueblo, la casa de tus padres o el balcón de tu novia,
el caso es entretenerla varios años sin que se dé cuenta y dejar pasar el
tiempo mientras te alojas catatónico en tu pasado, a pesar de que sabes que no
volverá. Y centrarte en lo poco bueno que tienes.
Y centrarte en lo poco bueno que
tienes, sí. El camarada, el compatriota, el líder. Aunque sea un líder caído,
aunque esté tan desesperanzado como tú, aunque derroche una sensación de
seguridad que está muy lejos de sentir. Como tú. Y en la solidaridad, también.
La solidaridad que se manifiesta en una torpe mueca que quiere ser despedida al
llegar la noche, en un gesto al pasarte un cigarro o en una sonrisa ante una
foto de un desconocido que se parece a ti. Pueden ser muecas, gestos o sonrisas
livianas y pasajeras pero son lo más parecido a afectividad que vas a
encontrar.
Febrero helador golpea muros,
rastrillos y tornos, se hace presente en cada espalda y chirría con
desesperación al dar la vuelta a la torre de vigilancia. A veces duele más que
las rejas pero no puede acabar con la sonrisa. A veces la entrecorta, cierto, y
la esconde un tiempo, pero no la cercena y tarde o temprano resurge no se sabe
de dónde y emerge frágil y huidiza a una faz tosca, pero sirve para alimentar
la espera otra larga temporada. El día llegará pero aún faltan mil sonrisas
para que llegue la hora.
Porque la falta de libertad no
ahoga la sonrisa, quizá durante un tiempo la enmascara, tensa el rostro, lo
endurece; quizá alguna vez amarga el gesto y enturbia la mirada pero se
sobrelleva porque sabes que al final del túnel es de día y te esperan. Los que
te esperan son los que te mantienen. Te mantienes porque enarbolas la sonrisa
para convencerte de que no todo está perdido, aún quedas tú y eso es lo
importante, eres lo importante.
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