Verán, si algo me molesta en la
vida es sumarme a las corrientes de opinión dominantes, que parezca que me dejo
llevar cómoda y relajadamente por la masa social, pertenecer irreflexivamente a
la gran tontuna que presida en cada momento el devenir del mundo en el que
vivo. Sin embargo empiezo a dejarme envolver por ese sentimiento de incomprensión
hacia el actual descenso a los infiernos que parece haber emprendido la monarquía
de Juan Carlos Primero.
No soy antimonárquico; no soy
republicano… Ambos sistemas me parecen aceptables y suficientemente buenos,
ambos tienen pros y contras. Los de la monarquía los vemos reiteradamente en
los últimos meses, los de la república… los de la república… ¿por qué confiar
en los políticos que nos han conducido hasta el pozo en el que estamos, por qué
dar más poder y responsabilidad a políticos partidistas que nos han demostrado
hasta la saciedad que son ciegos a las necesidades generales, que son incapaces,
sectarios y con frecuencia corruptos? ¿Cómo poner España en sus manos si nos
han demostrado sus infinitas torpezas y limitaciones?
No soy republicano. Todavía. Que
el rey de España esté mostrando tanta insolvencia en sus asuntos personales,
que al final son asuntos de todos nosotros, le iguala a la torpeza de los
dirigentes partidistas. En la situación en que está su familia, desde la hija
mayor al hijo menor pasando por el propio paterfamilias, con deslices continuos,
pifias antológicas y resbalones y traspiés epopéyicos, se están equiparando a
las más analfabetas familias de clase baja. Sólo nos falta descubrirles un día
fans de Kiko Rivera, Belén Esteban o los Matamoros esos. O de Remedios
Cervantes. El halo distintivo de la nobleza se desvanece.
No soy republicano. Todavía. Que en
la catastrófica situación social, económica y política que atravesamos nuestro
rey vaya de viaje privado a Botswana, gastándose miles de euros en matar
elefantes (me permito suponer que elefantes seleccionados por enfermos, viejos
o ecológicamente inservibles) es el peor ejemplo de dilapidación que podía
ofrecernos la monarquía. Que en España haya más de cinco millones de parados, miles
de familias sin ingresar un euro al mes, que andemos todos ahorrando y
escatimando gastos mientras el rey de todos gasta caprichosamente una pequeña
fortuna es un escándalo que acerca a Juan Carlos de Borbón a sus más torpes
predecesores, acercando un paso más (y van….) la monarquía a su desaparición.
Se aproxima el tiempo de la
sucesión monárquica, cuando Felipe VI deba sustituir a su padre al frente de la
Jefatura del Estado. Será una época extremadamente delicada, en la que saldrán
a la luz todos los trapos sucios, reales o ficticios, en que se ha visto
envuelto el sistema monárquico en los últimos tiempos, serán días de escándalos
y de grandes presiones por parte de quienes apuestan por la Tercera República.
La pregunta es con qué apoyos contará el heredero entre los partidos, si éstos,
alguno de ellos, no estará ya suficientemente harto y volverá por su tradición
republicana, aprovechando la fragilidad del momento.
La pregunta es también si llegado
el momento de cambio de régimen la Tercera República será una república de
todos los españoles o sólo la de aquellos que la entiendan como “su” régimen,
viendo en ella una manera de prolongar aquella que “paseaba” por las noches a
sus detractores, aquella que quemaba iglesias y que sumió a España en una
ingobernabilidad letal, ingobernabilidad que acabó en un golpe de Estado tan
mal ejecutado que tardó tres años en completarse, dominando España durante
cuarenta años a sangre y fuego. Y que por cierto, era una república
personalista disfrazada de futura monarquía.
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