Hoy, día del trabajo, me he
levantado especialmente pesimista, quizá el otoñal tiempo que nos acompaña también
tenga su parte de culpa pero el panorama que pintan radios y periódicos,
televisiones y revistas, es radicalmente doloroso, es ofensivo para el buen
gusto social.
Que un país tenga que convivir forzadamente
con casi seis millones de parados es síntoma de que el mal está enraizado
dentro de la sociedad. Que los coautores y corresponsables de esta situación se
digan defensores del pobre, del obrero, de las minorías y del paria de la
Tierra es además una señal de podredumbre moral. Es una catástrofe humanitaria
en plena Europa, en pleno siglo XXI. No se olvide añadir a esa tarta la guinda
de unos sindicatos sectarios, partidistas, desequilibrados, interesados,
torticeros y aprovechados.
Si a postre tan ofensivo e
irrespetuoso con la sensibilidad añadimos la nata de que dichos corresponsables
se creen en disposición de dar consejos y de demandar exigencias a los gestores
actuales es, entonces, cuando a uno se le baja el ánimo a los tobillos y se
levanta con ganas de emborracharse antes de desayunar para olvidar las penas
que nos acogotan.
Pero la responsabilidad (¿o la
irresponsabilidad?) no queda en los infames gestores de esta descomunal crisis
del capitalismo, nunca se nos olvide que se trata de una crisis del capitalismo
más salvaje y despiadado. Tenemos un gobierno dedicado a cumplir las expectativas
más populacheras y demagogas de la izquierda, cercenando derechos, recortando
sueldos, evaporando jubilaciones, consintiendo despidos, que le acusan de
antiobrero y antisocial.
Cuando todavía no hemos visto
recortes en autonomías ni en la estúpida y repetitiva organización del Estado; cuando
nos van a subir el IVA, cuando se sigue despilfarrando en televisiones públicas,
cuando se cierran hospitales en vez de carísimos e inútiles aeropuertos (¿cuándo
se va a enjuiciar a los responsables?), cuando ya los periódicos nos alertan de
que el presente gobierno se plantea cobrar por usar la autovías, cuando hay más
de un millón de familias sin ingresos, cuando España se está cayendo, seguimos
sin conocer una solución definitiva, el gobierno sigue dando tumbos en busca de
una solución que no hallamos.
Alguien debería pedir perdón en
público, alguien debería salir a reconocer sus culpas, sus fracasos, sus errores,
sus limitaciones. Alguien debería hacernos llegar una lágrima de pesar y un
canto de esperanza para el futuro. Pero nadie reconoce su impericia, nadie
admite su incapacidad, nadie acepta su cuota de responsabilidad en el desastre.
Nuestros políticos, del uno al otro confín, están ensimismados mirándose el
ombligo y señalando la responsabilidad ajena. Nadie da un paso adelante ante la
prensa, todos parecen estar todavía en África cazando elefantes mientras el
Titanic sigue su inalterable rumbo.
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La foto es de la comarca leonesa de Babia, donde anteriormente se retiraban los reyes en medio de los problemas para ir a cazar. O tempora, o mores.
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