Otro año más ha pasado sin pena
ni gloria la fecha del dos de mayo, la fecha en que los españoles nos unimos
para recobrar la dignidad nacional y con ella la libertad. Por encima de la
fecha de la Constitución y junto a la del doce de octubre, ésta debería ser una
de las fiestas grandes de toda España, sin embargo es fiesta sólo en Madrid.
Si bien fue en la castellana capital
donde empezó la rebelión popular al ver que los franceses se llevaban al
destierro a la monarquía española, que era el símbolo más sagrado que
representaba a la nación, la rebelión contra los enemigos invasores prendió
como no podía ser de otra forma en toda España. Desde las escarpadas cumbres el
Bruch donde un tambor acobardó al ejército francés, a San Marcial, pasando por
infinidad de batallas de todos los tamaños, toda España participó unida en una
sola causa. Molins de Rei, Uclés, Santa Engracia, Chiclana, Fuentes de Oñoro o
Rioseco son sólo unos pocos nombres de batallas que pueden extenderse a toda la
nación.
Porque fue la nación española la
que se rebeló, fuera de sus élites, desde las capas más iletradas, pobres y sencillas.
Que las gentes salieran a la calle peleando contra el ejército más formidable de
la época con palos, cuchillos y macetas debería ser honor que nos distinguiera.
Es quizá una de las epopeyas que más nos unió y por ello debería ser celebrada,
más que la conquista de América, tarea que llevó a cabo Castilla con la
ausencia de Aragón. Es también una ocasión en que el origen de la defensa de
España estuvo en el pueblo, en las clases populares y no en el ejército, que se
sumaría inmediata pero posteriormente a la rebelión antinapoleónica.
Es sólo propio de una nación
acomplejada, triste y desorientada minusvalorar sus gestas heroicas, propio de
quienes tienen a buen tono hablar en inglés (marketing, chatear, OK, puenting, parking)
en vez de hacerlo en el idioma propio,
de quienes consideran que echar espumarajos por la boca en forma de blasfemia
es cosa de hombres valientes y aguerridos.
Me dicen que mejor habría sido
dejarse llevar por Pepe Botella y sus secuaces, que hoy seríamos ilustrados
franceses y no iletrados españoles, que hoy hablaríamos francés y seríamos más
cultos. Siendo todo lo anterior falso y absurdo siempre subsistiría una maldita
palabra que los franpañoles nos repetiríamos constantemente ¿Y la libertad,
oiga?
No hay comentarios:
Publicar un comentario