Palencia es una emoción:

07 agosto 2012

Matonismo sindical


En Argentina acaban de sentar en el banquillo a 17 sindicalistas, presuntos culpables de la muerte de un obrero trotskista. Entre los acusados está lo más granado del sindicalismo peronista, empezando por el líder del sindicato de empleados de trenes, un curioso sindicalista que a la vez es empresario, lo que al parecer le ha llevado a vivir en uno de los barrios más exclusivos de Buenos Aires.

Argentina y el peronismo son así. En España a los sindicatos nunca se les ha acusado de crímenes ni afortunadamente hay sospechas de asuntos semejantes. Pero sin duda alguna motivos hay para desconfiar de la honradez de todos los dirigentes sindicales. No llegamos al matonismo de estos países como Argentina pero…
Permítanme empezar diciendo que siempre he estado sindicado, que los sindicatos son imprescindibles y que la honradez es sin duda la marca indeleble que preside a casi todos los sindicalistas. Sin sindicatos estaríamos en manos del gran capitalismo, trabajando doce horas diarias siete días a la semana. Simplemente son imprescindibles e insustituibles.

Y una vez puesta la venda déjenme decir que hay mucho de mafioso en determinadas actitudes sindicales. Hay mucho de chulería en quienes nunca se detienen a contemplar más derechos que los suyos y para defenderlos no contemplan algo tan democrático como pensar en los derechos de los demás. Recientemente los mineros (podría yo hablarles de localidades mineras en las que estos trabajadores cerraban por las bravas bares y comercios, utilizando una muy democrática coacción obrera) han ocasionado accidentes de carretera y de trenes al poner democráticas y sindicalistas y obreras barricadas en los sitios donde más daño podían causar.

Tras esos accidentes nada ha saltado a la prensa de disculpas, de petición de perdón a los implicados, de mea culpa, de dolor por los pecados cometidos, de “disculpe usté, buen hombre, trabajador y seguramente compañero de clase”. Los sindicatos españoles siempre parecen estar por encima del bien y del mal. Sus objetivos, sus luchas, democráticas, obreras y de clase, parecen justificar cualquiera de sus desmanes. Y esos desmanes suelen ser dolorosos y dañinos: taxis destrozados por la “solidaridad” sindical, ruedas de camones pinchadas “democráticamente”, viajeros despreciados “obreramente”…

A los sindicatos españoles se les olvida que tan democrático es ir a la huelga como ir a trabajar, que no hay derecho propio que se  imponga al derecho ajeno, que los derechos de un trabajador terminan allá donde empiezan los de sus compañeros, tan trabajadores y tan sindicalistas y tan ciudadanos como ellos. El sindicalismo español jamás ha pedido disculpas, más allá de la retórica, por los derechos ajenos pisoteados cuando una cuadrilla de huelguistas entrega al dueño de un pequeño negocio un panfleto que reza “Este establecimiento se solidariza con los obreros en huelga y pasado mañana no abrirá sus puertas”. A eso se le llama coacción. Algunos la apellidarán democrática o sindicalista u obrera… pero la coacción, como la democracia, no necesita apellidos para disimular. Es o no es, sin medias tintas.

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