Se desploma agosto sobre la calle
Mayor, protesta "la gorda" y se queja "la castañera". Sudan
los adoquines y los soportales ofrecen a los viandantes la sombra del rincón
con más personalidad de Palencia.
Personalidad castellana.
Soportales altos y estilizados configuran una calle que dota a nuestra ciudad
de originalidad, le otorgan ese aspecto que cualquier ciudadano sabe reconocer,
la imagen que todos los palentinos queremos encontrar cuando pasamos una temporada
fuera. Pura Palencia, pura Castilla.
El amparo del refugio más
palentino no basta; de comercios con exóticos nombres salen olas de aire
zalamero que invitan a entrar, cantos de sirena que muchos viajeros atienden.
Un torbellino de nombres extraños, anglosajones, radicalmente ajenos a
nosotros, insulta las retinas de los transeúntes. La calle Mayor cambia y sus
comercios con solera se han trasmutado en franquicias internacionales que nos
son ajenas. Nuestro comercio tradicional parece haberse rendido y abandonando
armas y bagajes se bate en retirada. ¿Definitivamente?
Los estrambóticos nombres de las
franquicias conllevan la uniformización de las fachadas. Y de las ciudades,
evidentemente. Da igual si paseas por Madrid, Verona o Palencia, las franquicias,
generalmente agrupadas, encadenadas, seguida una de otra, apoyándose,
sustentándose, ofrecen necesariamente, maldita sea, el mismo aspecto frío,
impersonal, insulso, desolador como la sala de espera de un aeropuerto. Todas
las ciudades terminarán pareciéndose, todas las ciudades terminarán siendo la
misma. La misma franquicia.

Para que el pequeño comercio
siga, para que Palencia siga. Para que sigamos.
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