Si la sonrisa sardónica
de Esperanza Aguirre no se equivoca el lupanar más grande de todo el continente
se va a instalar en Madrid. Claro que Cataluña también ha luchado por él, pero
a pesar de sus dirigentes los catalanes tienen la fortuna de no tener que
avergonzarse por haber sido derrotados en esta singular batalla por acoger esta
gran casa de lenocinio.
Nos avergonzamos los
españoles de no inventar, de no fabricar productos punteros, de no tener una
industria vigorosa sino miles de pequeñas industrias que afortunadamente son el
sostén de buena parte de España… mientras la crisis, Zapa en el pasado y Rajoy
en el presente no terminen de eliminar a la industria familiar.
Somos un país conocido en
todo el mundo por ser los primeros productores de sol, playa y haraganería. Los
niñatos alemanes vienen a España a emborracharse hasta perder el conocimiento,
pues las leyes de su país son mucho más restrictivas; vienen los pálidos y
rubios ingleses a desfogar su cuerpo porque el respeto social les impide
hacerlo en las proximidades de Trafalgar Square. Todos ellos se juntan para
beber y copular como animales salvajes y en el colmo de la diversión arrojarse
desde los balcones de sus hoteles de tres estrellas.
Ésa es la España que
tenemos, todos conocemos el triste caso de Lloret de Mar donde el Ayuntamiento,
avergonzado tras décadas de permisividad con las borracheras y las orgías,
quiere ahora rectificar y ofrecer una imagen de seriedad y ajena a los
escándalos, voces y riñas callejeras que con tanta frecuencia protagonizan
aquellos que vienen a España buscando… precisamente eso que no encuentran en
sus países.
Lejos estamos de ofrecer
una imagen de país digno, serio, laborioso, industrioso y capaz. Antes al
contrario seguimos embadurnándonos en la basura, envolviéndonos en cuanto tiene
que ver con el juego, la prostitución y el alcoholismo. Aún partiendo de que
estamos en tiempo de crisis habrá que reconocer que nos hemos vendido por un
plato de lentejas, que nuestra honestidad tiene un precio y no nos ha importado
con tal de llenar los bolsillos. Al final seguiremos siendo tan pobres como
siempre pero absolutamente indignos, ya no son estos los tiempos de barcos sin
honra o barcos con honra. Decididamente hemos preferido deshonrarnos
vendiéndonos al mejor postor.
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