Palencia es una emoción:

28 junio 2013

Un aula vacía

Sólo hace un puñado de días que el aula se quedó vacía. Hierática, estática y un tanto enfática, espera revestida de solemnidad que pase el verano. Desvitalizada, carente del ajetreo que días atrás ofrecía parece un objeto de museo, un espécimen al que analizar bajo el microscopio para averiguar por dónde deambulará el problemático futuro de las nuevas generaciones.

De la pared cuelgan, ahora inútiles, perchas holgazanas que esperan el otoño cruzadas de brazos. Las sillas, estacionadas bajo las mesas, parecen sin embargo aguardar el instante adecuado para girar y hablarse, para correr y esconderse para mirarse y reírse…, para vivir. Para revivir.

En contraste con la vitalidad que explotaba en ella hace unos días el profundo sosiego actual es desmoralizador. Nada pasa, nada se mueve. La energía parece haber sido barrida, la vaciedad lo llena todo. Sólo desde el exterior llega algún signo de vida, un discreto coche cruza un poco más allá o una cigüeña pomposa marca con su pico la sucesión del tiempo desde la románica seguridad de un cimborrio.

Sólo al fondo, en alto sobre la pared de enfrente, el riguroso tictac del reloj no se toma vacaciones y desmiente el final de los días, contrastando con casilleros, cajones y armarios ociosos... Inmutables los objetos, el tiempo se adueña del espacio y parece exhibirse implacable y vacuo, enseñoreándose de la mañana, desfilando por ella con estudiada lentitud. El eco de los minutos, y diez, y once, y doce,… resuena una tras otra por las cuatro esquinas de la clase. Lápices perdidos, viejos carteles trabajados con esmero y un chándal que nadie reclama son pruebas de que no hace tanto tiempo la vida existió y esos asientos ahora inútiles estuvieron ocupados por fondillos inquietos cuyos dueños andarán ahora aposentados en el sofá de casa, quizá corriendo con la bici o simplemente esperando que sea la hora de ir a la piscina.


Nada. Nadie. Cine sin espectadores, bosque sin ciervos, aula sin niños. El silencio apretujado en el aula ociosa pone en duda el hervidero de voces que hace sólo unas pocas horas amenazaba con derribar las murallas de Jericó bajo el asedio de implacables hordas infantiles. El aula calla hasta septiembre aguardando en solemne posición de firmes que carreras, voces y risas den la salida a un nuevo curso.

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