Hago un inciso en el artículo de fondo que estoy escribiendo
porque no quiero dejar pasar más tiempo sin escribir del naufragio de Europa en
Lampedusa.
No, evidentemente en Europa no cabemos todos. Ni ahora, en
plena crisis económica ni en los tiempos en que parecía que íbamos a comernos
el mundo. Hay la riqueza que hay y no conviene dilapidarla ni darle una partecita
a cada ciudadano que se acerque por estos lares. La asistencia sanitaria, las
ayudas económicas, las pensiones no pueden darse indiscriminadamente y a perpetuidad
porque al cabo de un tiempo estaríamos todos vistiéndonos con pieles de
animales e intentando sobrevivir de la caza o de la pesca.
Y sin embargo tenemos un problema. Simplemente por
generosidad, por el cristianismo que es nuestra raíz filosófica (mal que pese a
muchos analfabetos), pero sobre todo por interés egoísta hemos de solucionar,
aún con mucho tiempo por medio, el problema de la inmigración ilegal.
La inmigración ilegal es un simple problema de justicia, no
hay barreras que la detengan, vean ustedes el caso de Ceuta o Melilla. La
desesperación es siempre mayor que el mayor de los impedimentos, el hambre es
más fuerte que la más gruesa de las murallas, el ansia de justicia y de
dignidad es más poderosa que la policía más poderosa.
Nos va en ello nuestro futuro, nos va nuestra supervivencia,
nos va en ello nuestro acomodado sistema de vida occidental. Desde luego ni las
barreras ni el “ancha es Castilla” son solución y alguna hemos de encontrar;
tampoco parece haber servido de mucho haber inundado algunos países de ayudas a
la pobreza, envueltas en cualquier disfraz de subvención que terminaba con
frecuencia en bolsillos de dictadores y sus colaboradores.
Pero Europa –“Occidente” deberíamos decir- que se dice tan
demócrata, tan favorable a la Justicia, tan defensora de los débiles y de los Derechos
Humanos, no puede permitir las guerras y el hambre que éstas conllevan pues
crean graves injusticias que por puro egoísmo deberíamos evitar, pues terminan
repercutiendo en nosotros, en nuestras costas, en nuestras calles, en nuestras
vidas. Si además tenemos en cuenta que con frecuencia esas guerras son
consecuencia de nuestras necesidades de materias primas, diamantes, coltán,
petróleo, somos parte implicada en la necesaria solución.
No sé cuál es la solución -no soy político, sólo un
pobrecito hablador- pero sé que Occidente tiene un grave problema consecuencia
de su doble moral, porque no defendemos para los demás aquellas normas políticas
y morales que defendemos como básicas para nosotros, porque defendemos
dictadores hijos de puta porque son “nuestros hijos de puta”, porque provocamos
guerras para seguir creciendo, porque no podemos asumir todas las consecuencias
de las injusticias del mundo, ciertamente no todas creadas por nosotros, porque
cerramos los ojos interesadamente a aquello que nos es ajeno. Aparentemente
ajeno… de momento, démosle tiempo al tiempo.
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