No sé si llegará a haber pronto
una tercera guerra mundial, pero dado el carácter estúpido de la Humanidad es
más que probable. Hasta hace algún tiempo pensábamos que serían guerras por la
comida o por el agua, pero bien podría ser por la religión. Europa, Occidente,
ha perdido toda relación significativa con la religión, centrándose tal vez en
el trabajo o en el placer. Cada pueblo entroniza lo que le parece oportuno y
los que vivimos en el primer mundo al parecer hemos decidido ir a lo tangible, olvidándonos
de otros valores espirituales que fueron fundamentales y se han convertido mayoritariamente
en superfluos.
Así todos aquellos que ponen a
Dios, su Dios, en el centro de su vida, como único objeto de atención nos
parecen rechazables, despreciables y mentecatos, mientras nosotros a ellos les
parecemos rechazables, despreciables y mentecatos. Incluso a los más
radicalizados y enfermos les parecemos dignos de ser ametrallados.
Los únicos culpables de las
muertes de París son evidentemente quienes las han perpetrado, los que les han
animado, auxiliado y dirigido. Contra ellos debe caer el rechazo de la sociedad
culta y evolucionada, el juicio pertinente y en su caso las más duras condenas.
La vida debe ser respetada como el máximo don de la Humanidad. Ni Dios debe
oponerse a ella, ni Dios se opone.
Pero yo no soy Charlie Hebdo.
Toda mi solidaridad con ellos y sus familias, injusta y brutalmente tratados,
despojados de su vida en nombre de un Dios terrible, vengador e injusto. Pero no,
yo no soy Charlie. Entiendo perfectamente el derecho a la libertad de expresión,
lo entiendo y lo comparto puesto que lo utilizo casi cada día; sé que las
críticas son imprescindibles, necesarias y muy convenientes, incluidas las
críticas a la religión, a las religiones, pero no entiendo las burlas, no entiendo
que se hieran a sabiendas los sentimientos de otros, especialmente si son tan
profundos como son los sentimientos religiosos de los musulmanes.
Al lado de la libertad de
expresión, en el mismo altar de la democracia, debe estar el respeto a los
demás, la atención para no ofender sus ideas, el cuidado por sus sentimientos. Si
divinizamos la libertad, puesto que sin ella no podríamos vivir, debemos
entender todo aquello que los demás han divinizado, también ellos tienen
derecho a poner en sus altares ideológicos aquello que estimen oportuno. Puedo
criticar pero no debo burlarme. No se trata solo de que todo el mundo respete
mis ideas, que sí, sino también yo debo respetar las ideas de todo el mundo. Yo
debo ser respetado con el mismo empeño que debo respetar a los demás. Debo
ponerme límites, debo frenarme allá donde sé que hago daño. Menospreciar a los
demás, sus ideas y sus sentimientos no es defender la libertad de prensa sino
abusar de ella. Hay en los menosprecios un sentimiento de superioridad sobre el
otro que es improcedente, innecesario y poco responsable.
De los asesinatos de París tienen
la culpa exclusivamente los asesinos, quienes los animaron, impulsaron,
entrenaron o ayudaron; quede claro que una vez muertos los responsables
directos deberían ser juzgados quienes les dieron las armas y entrenamiento. Y en
caso de ser encontrados culpables deberían pudrirse en las cárceles. Pero yo no
soy Charlie, no quiero ser Charlie, yo no hago de la provocación la bandera de mi vida.
1 comentario:
Postura correcta.
Voy a repetir esta cita que saco de La Vanguardia:
"Yo no soy Charlie Hebdo, soy Ahmed, el policía muerto. Charlie Hebdo ridiculizaba mi fe y mi cultura, y yo he muerto defendiendo su derecho a hacerlo". Es difícil decirlo mejor.
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