Los españoles no escarmentamos. O no escarmentamos de haber
escarmentado. Mi teoría es que acabamos tan hasta la coronilla de cuarenta años
de franquismo que cualquier otra cosa nos parece mejor. Hasta la Venezuela
podemista, hasta el gulag al que han sometido a Monedero, nos parecen
confortables. Es la única explicación que encuentro a que un 16% de españoles
quiera votar unas opciones que nos remiten a las libertades que “reinan” en
Venezuela ¿Se imaginan un “Aló, presidente” presentado por Pablo Iglesias?
Bueno, ¿se imaginan si fuese en Telecinco con Belén Esteban y sus lorzas
grasientas en biquini? Solo el infierno de Dante sería peor.
El caso es que andamos bebiendo los vientos por cualquier
persona, idea o aspiración que ofrezca imagen progre, de izquierdas, aunque sea
vestida de andrajos. Cualquiera que diga que la culpa del terremoto de Nepal es
del capitalismo, de España, del PP y del cristofascismo estará bien visto y se
le ofrecerá un púlpito en cualquier televisión para regar la sociedad con sus proclamas.
Los españoles de derechas viven en cambio acomplejados, escondidos en sus
propias mentes, temerosos de ser descubiertos, son una casta especial en
peligro de extinción porque entre el vulgo, a veces muy vulgo, subyace la
estulta idea de que si eres de derechas eres tonto o culpable. A elegir.
Al español de bien le parece que la culpa de todo es de
Franco, que el franquismo todavía vive y rige nuestros destinos. El PP, un
partido desideologizado, equiparable a tantos otros de derechas de cualquier
rincón de Europa, debe disfrazarse, disimular silbando al viento y hacerse
pasar por partido centrista, ahí tienen la ley del aborto zapaterista en casi
plena vigencia, para no ser apedreado por los demócratas; ahí tienen cómo se
sudan estos demócratas centristas en las tertulias para no ser abucheados por
un público que cree a pies juntillas el catecismo de las izquierdas pijoprogres
españolas. Por cierto, en Francia, democracia de referencia y gobernada por el
Partido Socialista, hay varios partidos de derechas, y no estoy hablando de los
nacionalistas de Le Pen, que por cierto están rondando el poder.
Entre nosotros siguen los complejos, los miedos a
manifestarse en público de derechas: ¿”yo de derechas? No, no, yo demócrata de
toda la vida”. El caso es que el otro día hablando en una tertulia pública de
noviazgos, matrimonios y emparejamientos alguien enunció que la suya era la
visión marxista del matrimonio. En aquel instante me pregunté cómo alguien
podía considerar el marxismo como algo actual y no superado por la Historia y
cómo al interviniente no le daba vergüenza declararse marxista hasta para el
matrimonio. Así que llegado mi turno declaré mi visión cristiana del amor, mi
visión conservadora de la vida y mi visión castellana de España. Hala.
España es un país raro y acomplejado. Primero a PP y PSOE no
les ha preocupado aliarse tradicionalmente con quien quiere deshacerla. En la
actualidad la misma izquierda que defiende la unión de Rusia con las armas en
la mano –la pobre Ucrania lo está pagando- o que porta la bandera del
nacionalismo griego defiende que Cataluña tiene derecho “a decidir”. Y un grupo
de españoles acomplejados los va a votar. Y si no estás de acuerdo eres de
ultraderecha, cavernícola y fascista. Como poco, oiga.
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