Hubo una vez un político de
izquierdas al que no gustó el resultado de las urnas y dijo que el pueblo se
había equivocado. El pueblo siempre se equivoca, como los padres en la opinión
de un adolescente, pero no queda más narices que hacerle caso. Yo también estoy
convencido de que España se equivoca desde que acudió a las urnas por primera
vez, nada más morirse Franco. A las pruebas me remito.
Nuestro problema es el eterno
disgusto con nosotros mismos. El pueblo que votó a Zapatero, el inútil de León,
votó a Rajoy, el inepto de Santiago, y entre ponte bien y estate quieto nos han
dejado la casa hecha un estercolero. De ser la envidia de Europa pasamos en un
santiamén a ser el paraíso de los desahucios, el reino de las colas del paro,
el imperio del trabajo inestable y mal pagado y el hogar de los licenciados que
emigraban para trabajar de camareros en Londres.
La ineptitud de Rajoy, incapaz de
mostrar agresividad y decisión con la corrupción que asolaba su partido, incapaz
de comprender el día a día de una familia golpeada por la crisis, incapaz de
manifestar pesar por los servicios sociales desaparecidos o disminuidos, pero
obsesionado con las grandes cifras macroeconómicas, ha llevado al PP y a España
a una situación de crisis insufrible. Ha dejado el solar patrio con la
inmundicia propia de un gallinero.
Y para gestionar ese estercolero
hemos llamado a este grupo de macarras, desaliñados, tatuados de odio hasta las
manos, que desean ahorcar a banqueros, que desean empalar a sus rivales
políticos, que “democráticamente” asaltan una capilla durante una misa, que
lamentan la desaparición del Grapo, que impiden a políticos que no son los
suyos hablar en las universidades. O sea, que hemos puesto al zorro a cuidar
del gallinero en que nos hemos convertido. Con nuestros votos. Ha sido nuestra
decisión. Libremente. Hay que ser catetos y analfabetos. O bolivarianos, tanto
monta en un país de decisiones extremadas, pendulares.
Si un concejal de derechas
llevara los nudillos tatuados con la palabra “ODIO” sería barrido por la
corriente de opinión, las televisiones podrían el grito en el cielo y los
periódicos el titular en las nubes. Si un líder de derechas impidiera a un
rival hablar en una universidad sería tachado de fascista por la corriente de
opinión generada. Pero estamos en España, la corriente de opinión siempre ha
sido muy bien gestionada por la izquierda, el agit-prop siempre ha sido cosa
suya; la izquierda tiene premios nobel, másteres por las más prestigiosas
universidades y diversos premios honoris causa a la hora de dirigir la opinión
popular. Hay una corriente de periodismo, con gurús auto convencidos de ser
especialmente selectos y cultos, de no equivocarse nunca, que tolera y comprende
los desmanes leninistas de la izquierda y que los bendice desde sus púlpitos.
Si, como La Razón pero con cataplines.
La izquierda que con razón
critica los desmanes del PP, sus chanchullos y su corrupción, ésa corrupción
que va a ser sentada en el banquillo, consiente, encantada de haberse conocido,
las barbaridades estalinistas de sus miembros más radicales. La izquierda
siempre ha bendecido que el zorro cuide del gallinero cuando el amo ha salido a
Suiza a entregar unos sobres.
España, dividida entre la caspa y
la casta, a veces produce angustia y desasosiego
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