La libertad de expresión es
imprescindible. Y sin embargo no existe. Es un mito y poco más. El caso es que
a Ignacio Escobar le han despedido de la SER porque al dueño de la SER no le
gustan algunas cosas de las que dice Nacho Escolar. Y hacen bien. Los dos.
Llevo más de veinte años
escribiendo en diversos medios de comunicación, últimamente en radio. Y que yo
sepa al menos en tres o cuatro ocasiones han debido… “corregirme”. Y eso que
uno va siempre con pies de plomo. Les soy sincero: solo soy libre,
absolutamente libre, cuando escribo en mi blog, en mi propia casa. Si escribo o
hablo como invitado, si estoy en casa ajena, sé que debo adaptarme. Quizá pueda
decir lo mismo, pero de otra manera. Lo que ya no es lo mismo.
No hago un mito de la libertad de
expresión, si yo fuera un empleado de cualquier medio de España, de cualquiera,
no podría manifestar mi opinión sin más. Donde hay patrón no manda marinero.
¿Puedo yo atacar a la monarquía en un medio esencialmente monárquico? ¿Me
permitirían en “Público” desmontar día tras día el tinglado de Podemos? ¿Cuánto
tardarían en cualquiera de los dos casos en darme el finiquito?
Nacho Escolar ha hecho bien en
criticar a Juan Luis Cebrián si tenía datos y motivos para ello. ¿Y Cebrián iba
a dejarle impunemente que lo pusiera a parir en su propia casa? Nacho Escolar
tiene muchos otros sitios donde manifestar con absoluta libertad, ya que no con
imparcialidad, sus opiniones.
No, nadie es absolutamente libre,
nadie es absolutamente imparcial. Yo tampoco. Todos tenemos nuestras filias y
nuestras fobias. Yo también. El único peligro para la libertad de prensa llega
cuando el dueño de todas las cabeceras, el dueño de todas las televisiones, el
dueño de todas las radios es el mismo: El Estado. Las reiteradas críticas de
Pablo Iglesias a la prensa pasan por el amo único, el dueño señero, el todopoderoso
propietario: El Estado. Que pregunten a Franco, claro.
Bueno, y a Pablo Lenin.
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