Palencia es una emoción:

10 julio 2016

La hostia de Pablo Iglesias

En España hace tiempo que hemos decidido tirar por la calle del medio. Nada de medias tintas, nada de matices, nos gusta lo más bruto, lo más ordinario, lo menos refinado, lo más inculto. Marica el que se ande con remilgos. Un país que dice ver los documentales de la Dos (¿No debería decirse “La segunda”?) pero en el que Gran Hermano lleva casi veinte años rompiendo las audiencias y Belén Esteban, Kiko Matamoros y otra fauna indigna y vil son los reyes de la televisión. Ah, y un país en el que el 40% confiesa no haber leído ningún libro en el último año. Confesión propia, la verdad será peor, me temo.

Somos brutos, huimos de todo lo que signifique delicadeza, nos gusta la vulgaridad,  confundimos naturalidad con tosquedad, rudeza, incultura. A machotes nadie nos gana, si hay que usar palabrotas no hay nadie como nosotros, tan decididamente defensores de la blasfemia, no hay país ni cultura que premie al malhablado. Para tacos gruesos los nuestros, no hay nada ni nadie a quien respetemos, si nuestro lenguaje es moderado, no ofensivo, no despectivo llama la atención.

Hasta hace algún tiempo en los medios se silenciaban los tacos que, por ejemplo, puede decir los futbolistas en algunas declaraciones. Esta medida que sigue vigente en casi todo el mundo está proscrita en España, supongo que en nombre de la libertad de expresión. Nada de poner un estridente pitido en su lugar, no, viva la grosería, “la naturalidad”. Entre nosotros tiene siempre gran acogida lo chabacano. Si se trata de vestir mostramos nuestra “modernez”, nuestra franqueza y nuestra sencillez enseñando el borde de los calzoncillos (o más dentro…), yendo a la ópera con pantalones cortos (fui testigo el verano pasado) o a ver al rey con pantalones vaqueros. Si se trata de modales y actitudes sociales nos vale todo menos la compostura, esa virtud que despreciamos quizá porque es conservadora, propia de gentes ricas, fachas o religiosas.

El otro día Pablo Iglesias dijo que se iban a dar una hostia. O que se la habían dado, qué más da. Y España se partió de risa, cuánta gracia nos hizo, qué llaneza, que desparpajo. Hablaba en público, observado y grabado por decenas de medios dispuestos a cubrir sus palabras. Y dijo que se iban a dar una hostia. No encontró manera más gráfica de decirlo. Una hostia… la ordinariez elevada a los altares de la progresía. Si hubiera empleado una palabra menos llamativa, más normalizada, más culta, habría perdido votos. Imposible decir “batacazo”, “golpe”, tortazo”. A España eso le suena a cultismo, clasismo, hay que huir de ello. A España le va lo cutre, le gusta lo chabacano. España se deshace de gusto por enseñar el culo en la tele, por ir a las audiencias reales con camisas de cuadros, por las barbas desaliñadas.


Basta con sentarse en un banco de cualquier ciudad y escuchar, basta con estar atento en la barra del bar, cinco de cada tres palabras son zafiedades sanchopancescas. A brutos y marranos no hay quien nos gane. España pierde el sentido por lo más cerril, por lo menos educado, por lo más ordinario, por lo más rudo.

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