Hay ocasiones en que me siento
mal, desconfiado, atemorizado, días en los que presiento, como Asterix, que el
cielo puede derrumbarse sobre mi cabeza en cualquier momento. Llegada esa
ocasión me encierro en la buhardilla, me meto debajo de la mesa y, encogiendo
las piernas, meto la cabeza entre las rodillas. Así estaba hasta hace unos
momentos, amigos oyentes, y luego dicen que escribir es fácil.
El caso es que analizar por qué
me dan estos yuyus es relativamente fácil, debo reconocer que el brusco cambio
de tiempo tiene lo suyo. Yo era de Mariano Medina, saben, con lo que ha
llovido, y en los últimos tiempos me ponen a señoras escuálidas y
escuchimizadas para decirme cómo va a hacer. Imagino que las escogen tan
delgaditas para que no tapen el mapa del tiempo con sus… con sus…
protuberancias, digamos. El caso es que después de que la primavera haya
asomado la patita dos o tres días las temperaturas se desplomen y justo me
caigan encima de los hombros ha terminado de emponzoñar mi ánimo que estaba ya
bastante tocado por el continuo acoso de la publicidad del día del padre.
Sí, sí, se lo explico. Es que los
días del padre, de la madre, el de los enamorados y pijadas semejantes me
deprimen. En realidad en vez de decir que es el “día del padre” podrían decir
es el día de la ubre y nos entenderíamos mejor. El día de la ubre de la que
todos quieren sacar provecho quiero decir. Creo que estamos básicamente de
acuerdo en que estos días han perdido todo su interés emocional y afectivo y
han quedado reducidos a un interés comercial y económico. Que yo sepa solo en
las escuelas, donde los niños con unas pinturas y un poco de plastilina elevan
generosos monumentos a sus progenitores, se celebra con un poco de altruismo la
jornada de San José. Lo demás, compre
usted esta colonia, compre usted esta corbata, regale a su padre este número de
lotería, ha quedado reducido a un mero intercambio socioeconómico vacío de
significado. Díganme ustedes si no es para esconderse debajo de la mesa.
Sin embargo hace apenas un minuto
ha llegado hasta mí la repetida sinfonía del afilador. Sí, la de siempre, la
que escuchábamos de niños y que sólo hace unos pocos años he recuperado gracias
a un extremeño trashumante que viene siempre por estas fechas a cumplir su
labor. Es siempre un anuncio de la primavera y me levanta el ánimo y me
recuerda que el sol está a punto de llegar. Oírlo es recordar los tiempos en
que los chiguitos lo seguíamos en alboroto continuado por las calles, es volver
a vivir los tiempos en que las señoras salían de casa con la comida a medio preparar
y se reunían junto a la bici y la rueda de este hombre y comentaban las últimas
novedades de la vecindad. Siempre había quien aquella semana había ido al cine
y explicaba la película.
Mi afilador es mucho más moderno,
usa moto para desplazarse y para su trabajo y cuenta unos chistes verdes que
harían sonrojarse al más bruto de Gran Hermano. La clientela ya no es tan
numerosa como antes, claro –seguro que
tengo vecinos capaces de afilar sus tijeras en la tienda virtual de Amazon-
pero los precios tampoco. En todo caso su presencia sigue siendo reclamo para
que junto a él nos presentemos un grupo más numeroso que el que suele asistir a
las reuniones de la junta de vecinos, otra cosa que también está cayendo en
desuso hasta que a alguien se le ocurra hacerla por Skype.
Y eso sí que me anima, el afilador ya no trae noticias del pueblo
vecino o de otros más lejanos, pero siempre es síntoma de novedad, es aire
fresco que renueva las tradiciones y reaviva las charlas y comentarios entre
vecinos que habitualmente no pasamos del “hola, ¿qué tal?” mientras sacamos la
basura o nos anudamos la corbata en el espejo del ascensor. Ahora que lo pienso
ya nadie se anuda la corbata, ya nadie lleva corbata. Llegará un tiempo en que
alguien irá pasando por las calles, anunciándose como el afilador, para que los
niños sepan qué era una corbata.
Ya más animado les dejo, señores,
veo que mi vecina nueva, una joven prometedora, con ojos muy pintados y un
generoso escote abultado ha bajado al afilador; será que tiene algo que afilar,
voy a ver si llego a tiempo. Así que si ustedes tienen algo a lo que sacarle
punta quedo a su disposición en tuiter. @pedrodehoyos se despide hasta la
semana que viene.
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