No estoy nada orgulloso de la exhibición
de fuerza que hizo anoche el Estado. Sí, era necesaria, pero no me siento orgulloso
de ello. Habremos parado el golpe institucional de los catalanistas pero el problema
social y político está sin resolver. La sociedad catalana está dividida y enfrentada
y una parte de ella, la que había perdido el afecto por España, siente en su
interior un odio y resquemor de casi imposible solución. Generaciones, harán
falta. Nadie puede ser español a la fuerza. Ni antiespañol a la fuerza, que es
lo que se ha buscado durante años desde el gobierno catalán mediante un abuso
antidemocrático del poder y de los medios de comunicación subvencionados con el
silencio cómplice y acobardado delas instituciones del Estado.
Nada ha hecho más daño a España,
nada ha hecho más independentistas que la actitud de los diferentes gobiernos
centrales, actitud resumida tanto en aquel Aznar que habló catalán en la
intimidad como en aquel Zapatero que prometió aceptar con los ojos cerrados la
reforma que saliera del Parlament. Esa dejación de funciones, ese “buenrollismo”
y el eterno mercantilismo con votos nacionalistas a cambio de leyes que les
fueran favorables han llevado a una ausencia de las funciones del Estado de
multitud de ámbitos de la sociedad catalana. Y a cambio solo se ha obtenido
rechazo y odio de quienes se han visto favorecidos por esas leyes y la
expansión económica, reflejadas en una España injusta, desarrollada y avanzada
para unos y abandonada y despoblada para otros españoles.
Durante años el gobierno central
ha cerrado los ojos a las ofensas públicas, a la manipulación de los medios
pagados antidemocráticamente para apoyar al gobierno catalanista, a la
manipulación de las escuelas, institutos y universidades. Con el beneplácito de
la torpe oposición, creyendo unos y otros que así satisfarían a los
nacionalistas y evitarían… lo que ha sido inevitable.
Si el Estado, gobierno y
oposición, hubiese impedido lo que por antidemocrático se habría impedido en
cualquier otro lugar, la necedad del nacionalismo exclusivista y odiador no se
habría desarrollado hasta el punto del enfrentamiento actual, de la ruptura
social catalana. Clubs de jubilados, asociaciones de amas de casa, corales de
habaneras e incluso familias se sienten enfrentadas y rotas. Todo ello con el
concurso activo del nacionalismo, con su impulso feroz, y con la pasividad, el
relativismo y el encogimiento de hombros de quien debería haber apostado por la
actividad positiva y por la aplicación de la legalidad. ¿Se habría permitido en
Villanueva del Pino que se adoctrinase a los niños de la escuela en el odio
hacia España?
El Estado, España, la convivencia
entre españoles, ha salido dañada por la ineficacia de Rajoy, por los complejos
del PSOE y por los miedos a ofender.
Todas estas cautelas, todos los complejos que España arrastra no han servido para
evitar lo que se pretendía; al contrario: la debilidad del Estado ha servido
para dar alas al independentismo, para impulsar la audacia de los extremistas y
envalentonar a quienes creen que es democrático lo que ha sucedido en el Parlament
en las últimas fechas. ¿Fascismo? Para algunos, fascismo es apoyar la ley, los
demócratas se la saltan y se la saltarán
siempre. Excepto cuando ellos manden. Ojito entonces con salirse de la vereda
marcada.
Hay un enorme problema social sin
resolver, el que los miedos y las conveniencias políticas de Aznar y Rajoy y de
Zapatero y Sánchez han permitido –y permitirá- crecer. Instituciones, medios
públicos y privados deben prever y proveer soluciones. Pero los complejos de
superioridad de unos y de inferioridad de otros lo impedirán. Lo dificultarán.
Harán falta generaciones.
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