Me gusta huir de los lugares
comunes, me gusta huir de lo políticamente correcto y de lo fácil… a la hora de
escribir, pensar y opinar. Cuando yo era niño había un teléfono en cada pueblo
y basta. En Palencia capital los teléfonos tenían solo cuatro dígitos, en Venta
de Baños, tres y había que llamar a través de operadora. En la provincia había
un periódico y una emisora de radio. Y vivíamos un feroz control del
pensamiento. Hoy en cambio, en esta sociedad digitalizada, en la que todo bicho
viviente tiene facebook, instagram, tuiter y esas cosas, opinar está al alcance
de todos. Así que necesariamente hay que
analizar bien la realidad y buscar una opinión razonada, pero sobre todo
razonable. Y original, a ser posible, original sobre todo.
Pero a veces es obligatorio caer
en la falta de originalidad. Y debo reconocer que la desconfianza en los
partidos no está entre mis opiniones más originales sino entre las más comunes.
Que llevemos lustros luchando contra la corrupción sin que haya desaparecido,
sin que se haya visto un empeño particular, despiadado e inacabable por parte
de nuestros dirigentes para terminar con ella es una razón de peso. Que contra
los corruptos tengamos un juicio cada siete días y una sentencia cada siete
años tampoco ayuda.
Que rara vez haya un español
presentado para un puesto internacional y que nuestros propios partidos,
nuestros propios políticos, se boicoteen infantilmente no proporciona razones
para la confianza. Y que las razones esgrimidas para hacerlo sean de patio de
colegio de párvulos sirve para anular las esperanzas que pudieran quedar.
Añadan a ello que para crecer y
aumentar el número de militantes se acepta a todo el que llama a la puerta, sin
analizar las razones, sin preguntarse a qué viene el recién llegado, sin querer
saber qué intereses tiene. A nivel nacional tenemos políticos que han recorrido
todo el espectro ideológico a lo largo de su vida, con bandazos sorprendentes,
pasando del capitalismo militante a la defensa de argumentos neocomunistas...
sin que a nadie parezca sorprender. Y a nivel provincial tenemos militantes
antinacionalistas radicales que antes de ayer por la tarde se negaban a colocar
una bandera de España porque… porque España era el Estado opresor que cercenaba
la libertad de su… ¿cómo decir?... “De mi nación”, decía él. Y con estos
mimbres hemos de pergeñar nuestro futuro.
El otro día me decían por la
calle que soy siempre pesimista, que en la radio parezco siempre enfadado. A lo
peor es verdad, a lo peor tengo motivos razonados. O a lo peor es que no he
visto todavía suficiente dosis de informativos de televisión, que tanto
suavizan y aplacan al personal.
El caso es que cuando compruebo
la diferencia de salario entre hombres y mujeres, el aumento de las pensiones, o
cuando me fijo en ese dinerillo que dan a los jóvenes trabajadores y que
algunos se atreven, osados ellos, a llamar sueldo, o sus contratos por horas a
cambio de un bocadillo de caballa en aceite, o cuando compruebo cómo estos
problemas se extienden, se alargan y se prolongan en el tiempo sin hallar una
solución, entiendo que nos lo tenemos merecido. Que los responsables somos
nosotros, los votantes. Que no es cierto que cada país tenga los políticos que
se merece, sino que cada país tiene los políticos que escoge. Y entonces mi
opinión que debía ser teóricamente original, diversa, atractiva, interesante
para el lector o para el oyente se vuelve gris y común.
Bueno, pues ahora piensen en los
años que Castilla lleva perdiendo habitantes, industria, puestos de trabajo.
Sin que nadie lo solucione ni parezca tener el más mínimo interés. Y piensen
que el próximo curso se van a cerrar 95 aulas en educación infantil y
preescolar en toda la región. Y piensen
en las subvenciones, inversiones y compensaciones que se llevan otros. Los que
más protestan. Los que más arman. Los que más lloran. Los que más palos ponen
en la ruedas del carro común. Y ahora piensen ustedes de nuevo en políticos a
los que hemos votado. Pues eso.
Hala, señores, hasta la semana
que viene. Y abríguense que ya ven cómo viene marzo.
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