Palencia es una emoción:

10 noviembre 2005

EL MALL

Yo suelo pasar el fin de semana en la calma de mi hogar, en la serenidad de mi cuarto de estar, en la quietud de mi familia, en la tranquilidad de mí mismo. Pero en la tarde del pasado sábado un compromiso me llevó al híper de las afueras de la ciudad donde quedé abrumado ante la estruendosa masa humana que lo colmaba y que, indiferente al codazo que Misanta me dio para que reaccionara, se desplazaba por él con la impasibilidad del que todo lo conoce, la altanería del que todo lo tiene y la prepotencia del que todo lo puede. El azar que me llevó a romper mi costumbre me mostró de pronto la Palencia que según el INE disfruta de pleno empleo y que para celebrarlo se lanza al híper dispuesta a autocomplacerse instantáneamente, la Palencia que, bañada en su autosuficiencia, sucumbe en chándal y barba de dos días a la necesidad de demostrarse que ya no pasa hambre y que podría comprarse el centro comercial entero si quisiera.
La Calle Mayor, la orilla del río, el viejo Monte El Viejo por donde paseaban mis padres son subsumidos por el centro comercial, catedral de voluptuosidad moderna, mezquita del consumo en la que todos nos postramos ofreciendo nuestros culos en pompa al dios del derroche. Hay un ansia de urraca que obliga a vivir rodeado de mercaderías relucientes, placenteras y valiosas que podríamos poseer con sólo chascar un dedo. Palencia dejó ya de ser el vicetercer mundo de los años sesenta, sueño evanescente del seiscientos a plazos y malnutrición con sabor a posguerra. Los sábados por la tarde Palencia vive inmersa en el mundo ocioso de los nuevos ricos que tienen prisa por consumir más, más deprisa y más caro. Y ante los vecinos, si puede ser.
Esto parece Jauja, esto parece América. Lo que no consiguen los ejércitos del Tío Sam lo consiguen sus películas y nos estamos americanizando a ritmo de american movie en prime time con más share, o sea. Lo que no conquistan con sus fusiles lo conquistan con su cultura y del fin de semana hemos hecho la fiesta del “mall”. Ya les hemos copiado Papá Noel, la chorrifiesta de Halloween y la comida basura. Ahora, la costumbre de quedar en el híper; todo muy american fashion, muy american way, con todo el escaparate al alcance del monedero, desde unos calcetines blancos hasta una televisión de plasma. A este paso we’ll have to speak English very well o nos veremos desplazaos de nuestro propio pueblo, oiga. ¿De verdad avanza la sociedad? ¿Hacia delante?
Me llama la atención que la gente se cite en el centro comercial como método y lugar de diversión. Familias enteras se dicen: “Vamos a pasar la tarde al híper”. “¡Al híper, al híper!” deben berrear preñadas de entusiasmo tiernas criaturas repletas de mocos. Y allí se pasan las horas muertas padres, hijos y demás familia, entre vestidos de gran fiesta que nunca necesitarán, deportivas de marcas que explotan a niños, sofisticados aparatos de alta tecnología que nunca comprenderán y montañas de palomitas de maíz. Dulce o salado, a elegir. Encantados de haberse conocido, llenan de tensa ansiedad carritos enteros que al llegar a casa vaciarán en un santiamén, que ya han salido productos diez veces más nuevos, más modernos y más caros. Y al sábado siguiente volverán a depositar sus esperanzas de una vida mejor en otro carrito lleno de objetos que al llegar a casa ya se habrán quedado obsoletos.
No sé si realmente progresamos acompasadamente en todos los aspectos o si estamos a punto de desplomarnos al vacío por fatiga de los materiales. De las meninges, digo. Antes las familias pasaban el fin de semana en la gloria de la casa de la abuela, comiendo sardinillas en aceite y castañas asadas. Ahora el “mall” está sustituyendo a la partida en el bar de la esquina y las palomitas a las castañas asadas. Zapatero debería estar más preocupado que por el estatuto de Cataluña. El Estatut De Catalunya, quiero decir.
(Dios mío, ¿y si fuésemos una subcontrata-basura de Estados Unidos? )

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