Hoy, 23 de abril, debería ser la fiesta de Castilla, pero en realidad es sólo la de Castilla y León, en el resto de Castilla es un día de trabajo normal en el que los ciudadanos se emplean en sus cotidianos afanes. En 1521 tal día como hoy los Comuneros eran derrotados por el emperador que vino a traernos la decadencia, el emperador que vino rodeado de consejeros y ministros que ni siquiera hablaban nuestra Lengua dispuestos a llevarse en cofres de plata el sudor de campesinos y menestrales para que Carlos I de España se convirtiera también en Carlos V de Alemania. Conmemoramos, que no celebramos, la derrota de lo que hubiera supuesto la primera revolución moderna. Hoy el mundo estaría hablando de la Revolución Comunera en vez de esperar a la Revolución Francesa.
Hoy Castilla está inmersa en una España desigual e injusta, que le niega la existencia y la mantiene dividida en cinco autonomías incapaces de hacer frente al futuro. Ése fue el precio que en la Transición se hubo de pagar para que los nacionalistas aceptasen otorgar sus bendiciones a la actual Constitución y participar en el juego democrático. Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar, permaneciendo sumisa a los intereses de los demás y absorta en sus propios dolores, despoblación, envejecimiento y abandono.
La Castilla que, con generosidad desconocida en la Historia, renunció a su propia independencia para fundar España es ahora víctima de los malos tratos que su hija le ocasiona. Castilla en vez de ser vivero de futuro, de gente joven y emprendedora es ahora el patio trasero que nadie quiere y todos rechazan, es el colmo de todos los males de España, la definitiva culpable de la guerra civil y la gran consentidora del franquismo. Como tal está recibiendo su merecido castigo, campos yermos sin renovación, emigración y, sobre todo, insignificancia política y cultural.
Castilla no pinta nada en una España que la niega. Para el Gobierno actual, como antes para el de Aznar que en la intimidad hablaba en catalán cuando los votos se lo exigían, Castilla no existe, Castilla no cuenta, Castilla es un cero a la izquierda cuya opinión nadie pide porque a nadie interesa. Los tratos de los gobernantes, éstos y los pasados, sus acuerdos, sus convenios, son precisamente con aquellos que nos culpan de todos sus males, aquellos para los que somos la representación más genuina del diablo, pezuñas, rabo, tridente y azufre. Los que cogobiernan en España son aquellos que no quisieron que las olimpiadas vinieran a Madrid, aquellos que reclaman que se abandone el aeropuerto de Barajas, aquellos que rechazan lo que Castilla significa históricamente.
Nos están preparando una España asimétrica, una España de ricos y otra de pobres, una España del embudo, con la parte ancha para unos y la estrecha para los demás. Una España en la que pesan más los votos de unos cuantos diputados catalanes o vascos que los de varios millones de ciudadanos castellanos. Porque económica, cultural o políticamente no somos nada, no pintamos nada en una España que no sabe que existimos.
Y en todo ello participa como presidente del Gobierno un ciudadano de Castilla y León, otro ciudadano de Castilla y León, que asiste encantado porque todo ello puede mantenerle en el poder otros cuatro años más. También a él. Otros cuatro años más que habrá que pagar a precio de oro a los electores que lo hagan posible con sus selectos votos, como pasó hace hace 486 años con Carlos I de España. No, con Carlos V de Alemania.
Y en Castilla las casas se abandonan, caen las viejas tapias de adobe y los mozos ya no se reúnen en la plaza, salvo para coger el tren hacia Bilbao o Barcelona. Ya no salen tractores al campo en los pueblos lejanos, envejecidos y solitarios que siguen necesitando que las carreteras lleguen a todos, que los maestros, los médicos o los carteros lleguen todos los días.
Hoy Castilla está inmersa en una España desigual e injusta, que le niega la existencia y la mantiene dividida en cinco autonomías incapaces de hacer frente al futuro. Ése fue el precio que en la Transición se hubo de pagar para que los nacionalistas aceptasen otorgar sus bendiciones a la actual Constitución y participar en el juego democrático. Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar, permaneciendo sumisa a los intereses de los demás y absorta en sus propios dolores, despoblación, envejecimiento y abandono.
La Castilla que, con generosidad desconocida en la Historia, renunció a su propia independencia para fundar España es ahora víctima de los malos tratos que su hija le ocasiona. Castilla en vez de ser vivero de futuro, de gente joven y emprendedora es ahora el patio trasero que nadie quiere y todos rechazan, es el colmo de todos los males de España, la definitiva culpable de la guerra civil y la gran consentidora del franquismo. Como tal está recibiendo su merecido castigo, campos yermos sin renovación, emigración y, sobre todo, insignificancia política y cultural.
Castilla no pinta nada en una España que la niega. Para el Gobierno actual, como antes para el de Aznar que en la intimidad hablaba en catalán cuando los votos se lo exigían, Castilla no existe, Castilla no cuenta, Castilla es un cero a la izquierda cuya opinión nadie pide porque a nadie interesa. Los tratos de los gobernantes, éstos y los pasados, sus acuerdos, sus convenios, son precisamente con aquellos que nos culpan de todos sus males, aquellos para los que somos la representación más genuina del diablo, pezuñas, rabo, tridente y azufre. Los que cogobiernan en España son aquellos que no quisieron que las olimpiadas vinieran a Madrid, aquellos que reclaman que se abandone el aeropuerto de Barajas, aquellos que rechazan lo que Castilla significa históricamente.
Nos están preparando una España asimétrica, una España de ricos y otra de pobres, una España del embudo, con la parte ancha para unos y la estrecha para los demás. Una España en la que pesan más los votos de unos cuantos diputados catalanes o vascos que los de varios millones de ciudadanos castellanos. Porque económica, cultural o políticamente no somos nada, no pintamos nada en una España que no sabe que existimos.
Y en todo ello participa como presidente del Gobierno un ciudadano de Castilla y León, otro ciudadano de Castilla y León, que asiste encantado porque todo ello puede mantenerle en el poder otros cuatro años más. También a él. Otros cuatro años más que habrá que pagar a precio de oro a los electores que lo hagan posible con sus selectos votos, como pasó hace hace 486 años con Carlos I de España. No, con Carlos V de Alemania.
Y en Castilla las casas se abandonan, caen las viejas tapias de adobe y los mozos ya no se reúnen en la plaza, salvo para coger el tren hacia Bilbao o Barcelona. Ya no salen tractores al campo en los pueblos lejanos, envejecidos y solitarios que siguen necesitando que las carreteras lleguen a todos, que los maestros, los médicos o los carteros lleguen todos los días.
Con la de pueblos que hay, con lo lejos que están, con lo que cuesta eso pa cuatro viejos que todavía quedan. Por poco tiempo...
2 comentarios:
Me siento totalmente identificada con su comentario, cada vez siento más la necesidad de encontrar a alguien que escriba sobre Castilla, saber que hay por ahí gente que haga pensar sobre nuestra identidad. ¿Será posible que algún día despertemos un poco y exijamos también un poco de respeto? Siento que mi comunidad es siempre moneda de cambio, no interesamos, no se realizan infraestructuras imprescindibles para que podamos subsistir, nos desmantelan el Archivo de Salamanca, nos mangonean constantemente...y no hacemos NADA. Nos estamos convirtiendo en una reserva, una especie de resort para que vengan los turistas a ver los castillos y las iglesias que quedan en pié, hacerse una foto y comer un cochinillo o un lechazo y beber vino de Ribera. Nuestra única salvación es votar masivamente a algún partido nacionalista, pero no tengo muchas esperanzas. ¡¡Castellanos, despertad!!
Gracias, desconocida lectora. Es buena esa imagen del Castilla como parque temático, me gusta.
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