Palencia es una emoción:

20 diciembre 2007

Es la Navidad, imbécil.

Querido lector: No vuelvas a hacerlo, no vuelvas a desearme felices días, felices fiestas o algo parecido. Ya sé que probablemente no seas malintencionado ni bobo, pero te has dejado llevar por la (estúpida, claro) inercia laicista de nuestros zapateriles tiempos. Métete, ya de paso, esa preciosa postal de un paisaje nevado por donde te quepa, que si quiero ver nieve, aún en estos días mesetarios tan extremadamente secos, me basta con irme unos kilómetros más arriba, hacia la hermosa montaña palentina, que seguramente estará ahora más encantadora y atractiva que nunca.

Sé que nos quieren convencer de que celebramos unas fiestas tradicionales, lo que no deja de ser verdad, sé que celebramos unas fiestas sociales, lo que sigue siendo verdad, y sé que cada vez hay menos de espiritual, elevado o religioso en tan trepidante dilapidación, en tanto jolgorio frívolo, en tanto regalo superfluo y en tanta alegría vana e insustancial. Todo ello puede ser verdad, como digo, pero no basta, no es suficiente, hay más mucho más que sólo eso. No pueden quedar estos días en unas risas empapadas en alcohol, en una bandeja de dulces en la que ofrecer nuestra opulencia de nuevos ricos a las visitas, ni en unos torpes besos, Judas-style, a todo el que nos vayamos encontrando por la calle Mayor.

Y es que soy católico, ¿sabes?, pertenezco a ese menguante grupo de culpables de todo. Yo no celebro el solsticio de invierno, no celebro unas fiestas folclóricas ni monto este circo luminoso, consumista y chabacano porque se esté acabando el presente año, que le vayan dando por el culo, sino que conmemoro la Navidad: Na-vi-dad, 2007 aniversario, calendario arriba o abajo, de aquel día en que Jesús se hizo hombre y fue a nacer en una pocilga pudiendo haber nacido en la Moncloa, por ejemplo. Y eso me sigue pareciendo más importante cada vez porque me habla de la trascendencia de la vida y del ser humano, ahora que vivimos tiempos relativistas, tiempos en que cualquier cosa vale, en que el mayor problema de buena parte de la sociedad es cómo gastar todo lo que gana, tiempos en que si alguna bandera nos identifica es la del hedonismo. Ahora que lo pienso, es cierto que los católicos somos corresponsables de haber convertido la navidad en “esto”.

Así que no me felicites “las fiestas”, felicítame las Pascuas o la Navidad, tanto da. No es políticamente correcto, pero ni me importa ni me ha preocupado nunca pertenecer a minorías de cualquier tipo, ni he querido nunca ser uno más de esa inmensa pasta gris que constituye masivamente los borreguiles batallones de la dócil sociedad actual. No me envíes postales (ni crismas, que ésa es otra batalla, lingüística) de encantadores paisajes invernales, que ya bastante frío está haciendo este jodío invierno; mándame la tradicional imagen del portal de Belén con su mula y su buey, con un niño corito y sonriente, una Virgen con cara de no haber roto nunca un plato, habría que verlo, y un San José hieráticamente preocupado por haber sido incapaz de encontrar otro lugar para que su mujer diera a luz. Mejor aún, llámame y cántame un villancico, anónimo a ser posible no vaya a ser que venga la SGAE a cobrarnos también un canon por cantar.

Y cuando llegue el día 24 y estemos todos reunidos con nuestras respectivas familias en la paz del hogar (permíteme repetir uno de los tópicos más estúpidos a los que se alude estos días y que además suele ser mentira), no me envíes cualquiera de esos majaderos sms con rimas deleznables, impresentables cacofonías y palurdas alusiones sexuales. Deja de gastar neciamente tu dinero y cuídalo mejor, haz acaso a Solbes que si no, se dispara la inflación. Ya de paso contribuirás a que pueda cenar en paz, sin oír incesante, odiosa e irritantemente el cargante chillido de mi teléfono.
Feliz Navidad, amigo lector.

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