Palencia es una emoción:

04 junio 2008

Mecagüen esta generación de adolescentes. (r)

Mecagüen esta generación de adolescentes. Y ya sé el daño que toda generalización, como la que estoy a punto de acometer, acarrea necesariamente. Pero mecagüen esta generación de adolescentes que son incapaces de apreciar el enorme esfuerzo que las generaciones anteriores han hecho por ellos, el que estamos haciendo todos cuantos componemos la sociedad, empezando por padres y maestros, que desprecian todo cuanto ignoran, que ignoran cuanto les es ajeno.

Son una generación de nenes asustados y acomplejados que exigen que se les dé todo hecho, que se niegan a asumir sus propias responsabilidades y de los cuales no podemos esperar más que el final de la civilización, desde un punto de vista social, y que nos abandonen en un geriátrico sin plazas, desde un punto de vista familiar.

Empecemos por aclarar que no me refiero a todos, claro, fuera la generalización, faltaría más, como tampoco puedo referirme a todos los padres como capullos acomplejados incapaces de resistir los abusos que sus imberbes hijos cometen sobre ellos. Son esta peste de padres acomplejados, incapaces e ignorantes, los grandes culpables de la rebelión institucional, sí, institucional, de estos pequeños marqueses que viven en nuestras casas a cuerpo de rey sin darle un palo al agua, sin levantar la voz como no sea más que para exigir “más” de lo que sea a sus entregados y asfixiados padres.

Porque se trata de una revolución institucional, convocada oficialmente por una confabulación de televisiones, empresas publicitarias y productores de ocio, alcohol y ropa de moda. Estas infames criaturas, irresponsables, tiranos, vagos y posiblemente maleantes, se desenvuelven y se revuelven en ese particular submundo cuyos límites acabo de nombrar. A esos límites se reducen sus esperanzas y ambiciones rastreras, olvidándose de todo lo que conlleva responsabilidad.

Ah, y sus derechos. Que nadie toque sus sacrosantos derechos, qué bien aprendida se tienen esta lección, cuán oportunamente saben enarbolarla. “Es que yo tengo derecho a…” Y de ese macho cabrío en época de celo no se bajan ni así los aspen. Ya puedes intentar todo lo que desees, desde los más modernos y eficaces métodos pedagógicos hasta los más tradicionales y generacionalmente experimentados; ya puedes probar alternativamente cariño y exigencia, estímulo y reprobación, impulso y refreno, que te va a dar igual: El nene no se apea.

La hedonista trayectoria social, la generalización de la falta de esfuerzo, de la nulidad de todos los estímulos, de la ineficacia del sistema educativo ha clavado su diente en la carne de su alma y no la suelta por mejores intenciones que tengas.

Y tú debes moverte con extremo cuidado, suma delicadeza y veintitrés pólizas de a real de vellón para hablar con ellos, pero ellos, reyezuelos sátrapas de su hogar, energúmenos indisimulados, hitleritos de andar por casa, parecen crecer con todos los derechos del mundo a darte unas cuantas voces bien dadas si no tienen a tiempo esos calcetines de moda que te han encargado, si les pones dos días seguidos la misma cena o si no les dejas volver a las seis de la mañana.

Alguien debía hablarles en nombre de la sociedad, de las instituciones, de los infumables e innumerables clubs, asociaciones y confederaciones locales, provinciales, autonómicas y nacionales de jóvenes y decirles que sí, que es verdad, que tienen ésos y muchos más derechos, pero, ay, dolor, que resulta que por arte de birle birloque tienen también obligaciones. Que los demás también somos sujetos de derechos innumerables, infinitos y sin cuento, pero además hacemos frente a nuestros compromisos, los primeros con ellos.

Estos alfeñiques espirituales, alimañas de porcelana, pantagruélicos devoradores de padres, no resisten la más simple negativa a sus conductas. Para ellos todo tiene que ser parabienes y palmaditas en la espalda; a la más elemental cortapisa, a la más somera indicación en contra, los tienes que llevar al sicólogo que, en vez de reconocer la estulticia, la necedad y el egoísmo del mancebo, verterá sobre la paterna cabeza la responsabilidad de la “negatividad conductual” de tu tierno retoño por coartarle su libertad al intentar evitar que cometiera sus propios errores. Y te sangrará impunemente el bolsillo.

Lo que quiere decir que además de ser puta pagarás la cama.

(Y a los padres que viven asustados y temerosos de que sus hijos se traumaticen [“se me traume” me dijo una vez una madre], sólo tres palabras: “Y una mierda, coño”. Bueno, cuatro)

4 comentarios:

Falete dijo...

Pedro, antes que nada, felicitarte por ese magnífico ensayo, ''Apostato de España''. Tus reflexiones son únicas; ojalá fueran más numerosas de ese tipo.

En cuanto a esta entrada, aunque no podamos hacer nada, porque yo al menos no soy padre, y si tu lo eres lo serás bueno sin duda, es de agradecer que haya alguien que se queje de esto por escrito, blog mojado, sin duda.

Si hay algo verdaderamente puteante en este tema, hablando mal y pronto, es que por mucho que nos quejemos, los verdaderos destinatarios nunca van a presentarse, con lo que viene a ser un diálogo de sordos, o un artículo de ciegos. Y peor aún, si cabe, es que los mismos receptores están amparados bajo la manta de lo 'políticamente correcto', me explico:

Aunque tampoco ayudará mucho que se politice, una diputada popular por Madrid dijo hace poco que los niños andaluces eran unos analfabetos. Yo soy andaluz, y habiendo apostatado también hace tiempo de mi comunidad, tan tercermundista ella, no pude estar más de acuerdo con ella. Pero en seguida los noticieros gaceteros de la izquierda se avalancharon contra esta mujer mostrando una serie de recortes selectivos con chavales andaluces (menos esfuerzo requiere una recolección de trufas en primavera) que, ataviados de la manera que indicas, con ropa a la última y paga semanal (eso siempre) en el bolsillo, se preguntaban que de dónde había sacado eso esa mujer. Que no se consideraban retrasados. Alfonso Guerra decía de las suyas, bajo incomprensibles (?) aplausos: ''Pues los analfabetos vamos a reventar las urnas.''

Fuera de política, yo me pregunto muchas veces dónde iremos a parar de aquí a 20 años, con unas generaciones que dan Pena, con P de Pánico. Caeremos en una guerra sin fundamento, y a España, entonces sí, no la reconocerá ni la madre que la parió.

Gallium dijo...

Señor De Hoyos, llevo un par de años siguiendo sus escritos, con más o menos asiduidad. Aunque en la mayoría de sus textos con valoraciones políticas no coincidamos mucho, me agrada cuando habla de estos temas pedagógicos y suelo estar bastante de acuerdo con usted. Debe ser que mi padre (profesor durante un tiempo) me ha inculcado esta preocupación por los hábitos de las nuevas generaciones.

Sin ir más lejos, ayer mismo, en una de las raras veces que visito mi ciudad natal, iba yo con mi padre paseando y "tropezamos" con una estatua que habían colocado recientemente de la heroína local Ximena Blazquez. Había un grupo de críos, de unos 12 años, alrededor, subiéndose a la estatua y no dejándonos leer las placas.

Mi método fue el típico de mi edad: pasaba un niño por delante de donde yo leía y le espeté con un ¡quita, coño!, a lo que el niño que iba detrás agachó el hocico y pasó por detrás mío.

Mi padre, al contrario que yo, se puso a parlamentar con los críos. Intentó convencerles de que eso estaba mal, que había que respetar el patrimonio y que se podía caer alguna de las piedras y hacerles daño. Su objetivo era que los críos reconociesen que aquello no estaba bien. Pues no lo consiguió. El niño se aferró a que lo que hacía no era un delito y era imposible sacarle de ahí. Incluso uno de ellos empezó a hacer ruidos raros, a lo que yo volví a intervenir, con una simple mirada amenazante de reojo me sirvió para que se camuflara en la multitud y se callara.

Mi método fue más efectivo, por el simple hecho de infundir esa dosis de miedo-respeto que a un niño, por muy maleducado que esté, siempre le afecta. Sin embargo, pienso que en otras condiciones hubiera sido mejor el de mi padre.

Y me juego el cuello a que si está uno de los padres delante encima se encara con mi padre. Y si se desprende alguna piedra y se rompe el niño un tobillo el padre capaz es de denunciar al ayuntamiento. Por eso creo que la culpa no es tanto de los niños como de sus padres, que encima, delegan en los maestros la educación de sus hijos.

Seguiré buscando en sus escritos artículos de este tipo.

Saludos.

Pedro de Hoyos dijo...

Gracias, Falete y Gallium, por su amabilidad. Quiero añadir que no hay nada nuevo bajo el sol, que todas las generaciones de adolescentes cometen los mismos pecados, sólo que adaptados al momento histórico.
El problema empieza por algunos padres, tal y como yo lo veo, y prosigue por una sociedad cada vez más consentidora... También me extraña que con el paso de los siglos no hayamos aprendido a solucionarlo...
Ambos aspectos, padres y sociedad, quedan reflejados en los comentarios finales de ambos en sus respectivos blogs.
Repito las gracias a ambos.

Pedro de Hoyos dijo...

"En sus respectivos post" debí haber dicho.

Seguidores del blog

Otros blogs míos.