Dicen que para ser objetivo en las críticas hay que distanciarse de lo criticado. Mea culpa, en este caso no hay nada de distancia, sino proximidad: Soy miembro de Manos Unidas, la ONG de la Iglesia que acaba de recibir el Premio Príncipe de Asturias a la concordia.
Convendría que algunos se cabrearan. Que en un país laico, “fundamentalista laico” convendría aclarar, se premie a una organización religiosa debería estar prohibido. Llevar la contraria al poder no debería ser gratis. Cuando estamos acostumbrados a recibir, una tras otras, noticias negativas para la Iglesia Católica que venga alguien a hablar de catolicismo y concordia, uniendo ambas palabras en la misma frase, debería estar penado por la ley.
Porque hay que “tenerlos bien puestos” para en estos zapateriles tiempos hablar elogiosamente de los mismos que reciben uno tras otros mil titulares adversos de los medios oficiales del progresismo nacional. Cuando todo son tortas a la Iglesia por los últimos acontecimientos, repetidos titulares sobre la maldad eclesiástica, que haya alguien que evoque la labor positiva, encomiable e imprescindible de Manos Unidas supone un alivio y un recordatorio imprescindible.
Manos Unidas llega allí donde actualmente no llegan los Estados. Llega a las gentes más necesitadas, a los absolutamente desheredados, llega al hambre, llega a la necesidad extrema. Cubre las penurias que ese Estado no sólo no cubre sino que a lo peor ha sido quien las ha generado, alentado o consentido. Manos Unidas llega a la miseria más absoluta, es la prueba de la debilidad de los Estados del mundo .
Y esas Manos Unidas unen a los hombres para acercar las sociedades y combatir las carencias, el hambre y la ignorancia, el frío y el miedo, la ignorancia y las ofensas allá donde a veces el Estado ni siquiera existe, como en Haití, país al que se han donado los 50.000 € del premio. Esas Manos Unidas son el símbolo de la incapacidad del capitalismo y del socialismo, de las democracias y de todos los organismos internacionales, para combatir la injusticia y el dolor. Sólo hay una cosa que una a los hombres más que el sufrimiento compartido: combatirlo.
Convendría que algunos se cabrearan. Que en un país laico, “fundamentalista laico” convendría aclarar, se premie a una organización religiosa debería estar prohibido. Llevar la contraria al poder no debería ser gratis. Cuando estamos acostumbrados a recibir, una tras otras, noticias negativas para la Iglesia Católica que venga alguien a hablar de catolicismo y concordia, uniendo ambas palabras en la misma frase, debería estar penado por la ley.
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