Decididamente estoy enamorado de Italia. No me pregunten la razón pero mi amor de juventud por Francia (¡Cuánto significaba Francia en la España de finales de los 70!) ha sido sustituido por mi amor a Italia. Y cuando digo Italia me refiero sobre todo a la parte norte que conozco. Si es verano quítenme esa Venecia intransitable, insoportable e insufrible y ya está. Estoy tan enamorado de Italia que quisiera tener a Berlusconi de presidente de nuestro Consiglio de ministros.
Decididamente estoy enamorado de Italia, sus gentes son iguales a nosotros, sus calles tienen un ambiente semejante al de las nuestras. Sus comidas… sus comidas… son mediterráneas como las nuestras. Para ser igualitos sólo nos faltaba un primer ministro como Berlusconi.
Lo de menos es que Berlusconi entiende de economía lo suficiente como para mantener un imperio económico propio, no como nuestro “Zapateroni”, lo que de verdad me importa es que resulta un personaje infinitamente más divertido que Zapatero. Con Don Silvio nunca nos faltaría entretenimiento, los columnistas y blogueros andaríamos sobrados de ideas y jamás de los jamases nos preguntaríamos “¿Y hoy de qué escribo?”
Si no fuera porque es un amoral resultaría un cachondo. Si no fuera porque es presidente de Italia y no de Zimbwekinolandia sería un cachondo en vez de un impresentable. Si fuera un personaje prehistórico en vez de un líder del siglo XXI sus chistes, gracietas y chirigotas se podrían repetir en las tabernas cavernarias de aquella época sin que a nadie nos produjera sonrojo.
Si no tuviese las ínfulas que tiene de salvador de la Patria (entiéndanme que escribo “Patria” con mayúscula porque no hablo de España; jamás me atrevería a escribir “Patria” hablando de España; ah, no, facha yo, no, faltaría más, oiga)… decía que si no tuviese las ínfulas que tiene de salvador de la Patria sus obsesiones sexuales pasarían desapercibidas fuera del hospital donde se las estuvieran tratando. Si no tuviese la vanidad, la egolatría ni la egomanía que manifiesta cada vez que abre la boca en público, Occidente podría tomarlo en serio como ejemplo de mesura, ética, compromiso o responsabilidad.
Si Berlusconi fuera un líder para Occidente, si Occidente siguiera su ejemplo moralmente corrupto, si Occidente siguiera el patrón de su vida disoluta, desordenada y dislocada, en un par de años habríamos caído en manos de pueblos bárbaros que nos rodean, en el sentido menos etimológico de la palabra, como el Imperio Romano cayó víctima de sus propios vicios, de sus propias desviaciones, de su propia irresponsabilidad, decadente por su falta de seriedad, de su falta de prudencia, de compromiso, de cordura política, social y moral.
Como ejemplo de jefe de gobierno (ni siquiera: ni como ejemplo de padre de familia, simplemente) no valdría, pero no me negarán ustedes que risas íbamos a echar a diestra y siniestra, que tema para cachondeo nos iba a sobrar, que la generosa predisposición hispana a la coña de barra de bar iba a encontrar materia suficiente delante del vino del mediodía o del café de media tarde. Yo quiero un Berlusconi en España.
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