Estaba yo dándole al coco a ver si conseguía aprenderme cómo resintonizar las teles de la casa ahora que algunas cadenas van a empezar a cambiar de señal cuando caí en la cuenta de las muchas de ellas que se dedican a ese tipo de asuntos que enuncio en el titular. A ésas y otras más del mismo corte.
Y, lo siento, no puedo dejar de pensar en lo burráncanos que somos, lo analfabruta que es cierta parte del pueblo español. Del populacho español, quiero decir. Y ahora se me tirarán al cuello la enorme tribu de indocumentados asilvestrados que vive de ello. Y también su corte de ignorantes seguidores. La estulticia no tiene límite pero en España ha sido profusamente empujada a dominar a las masas más aborregadas. La promoción del analfabetismo desde los altos despachos tiene estas cosas.
Digo yo que cuando tantos canales se dedican a echar cartas, a curar el mal de amores y a predecir el futuro es porque tienen clientela a la que sacarle cuartos en cantidad y frecuencia suficientes para que haya para repartir. Es como la crème de la crème de la telebasura. Si no hubiera telebasureros no habría La Noria y esos programas cuyo nombre (lo prometo) no consigo fijar en mi cabeza. Creo que es José María Íñigo el que dice que “En España tenemos la televisión que vemos”. Un altar habría que levantarle a este hombre, digo yo.
La cultura, la educación y la forma de ser y de pensar de un pueblo (¿realmente somos un pueblo?) tiene su reflejo en la tele que se consume y en los libros que se leen, claro. No se trata de que todos los días nos levantemos leyendo “EL Quijote” y nos acostemos leyendo “Los hermanos Karamazov”, ni que nos vayamos a la cama después de haber escuchado una ópera en vez de a Belén Esteban. Pero cuando la televisión tiene más mierda que el palo de un gallinero es porque hay demasiadas gallinas. Y gallos, Doña Bibiana, que tanto ensucian unos como otros.
Cuando todo esto empezó uno creía que la televisión tenía otros fines y otros propósitos más nobles y heroicos y, aunque ya me dejé la inocencia deshilachada por las esquinas de la vida, me entristece comprobar cómo adivinos y brujos pueblan la noche española, como en las profundidades de la ignorancia medieval. Y es que el paso de los siglos no parece haber hecho mella en algunos que ni de ese paso multisecular parecen haber aprendido nada. Y no vale sólo echar mano del socorrido recurso de los estragos de la LOGSE.
Me entristece al tiempo que ilumina mis reflexiones sobre mis compatriotas la comprobación de que algunos ciudadanos de la ¿civilizada? Europa todavía creen, tal vez como en Haití, en algunos rincones de Cuba y en las más espesas selvas africanas, que la sangre de un macho cabrío virgen arrojada sobre un pañuelo que una vez fue de un novio olvidado puede devolverles el amor perdido. ¿Cómo se puede ser tan memo, tan crédulo y tan infeliz? ¿Cómo hay tantos borregos por monitor cuadrado? O ésos que piensan que si alguien les lee la suerte en unas piedras volcánicas podrán conseguir una fortuna equivalente a su peso en oro. Coño, ¿acaso no nos basta para esto la lotería de navidad? ¿O queremos que sea navidad todos los días del año?
Me pregunto por la sinvergonzonería de unos, la inculta ingenuidad de otros y el permisivo encogimiento de hombros de aquellos que tenían que velar por el funcionamiento de todo esto. A veces me parece verdad aquello de que África empieza en los Pirineos. Por cierto, si fuese verdad que África empezase en los Pirineos a lo mejor no habríamos dejado que el dictador hubiese muerto en la cama. ¿No nos están dando una lección los “despreciables moros”?
Hala, hasta mañana. Tal vez.
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