Que yo recuerde siempre me ha acompañado la radio. Aún recuerdo el lugar exacto que ocupaba el viejo aparato en la cocina de mi antigua casa, en el armario, junto al espejo. Aún recuerdo las noches de verano, la familia reunida, la ventana abierta, la huerta enfrente y la radio con nosotros.
Ya entonces, cuando no había más que una emisora, tenía la radio una magia que todavía conserva, a pesar del paso de los años, a pesar de la pérdida de inocencia. Siempre significó compañía, proximidad, ilusión, entretenimiento y un poquito de melancolía por no conocer los lugares exóticos que en ella se nombraban. Tonto infantilismo, supuse cuando llegó a mi casa la primera televisión, cuando creí que la modernidad se había instalado para siempre en mi hogar.
Alguien arrinconó la radio cuando nos mudamos, al fin y al cabo la Onda Media era un atraso que a veces ofrecía una pésima calidad de recepción. Sin embargo, pronto la eché de menos y pasó a formar parte permanente de mi vida, a ser una voz imprescindible cada mañana, a ser el relajo cotidiano cuando se acercaba la hora bruja. Hice mis pinitos en lo que entonces se llamaba Radiocadena con un programa nocturno de jazz que con muchos esfuerzos conseguí que escucharan tres o cuatro amigos. La radio por dentro enganchaba más todavía, vivir sus entrañas prendió en mí y dejó una vocación frustrada que aún añoro.
Hoy forma parte necesaria de mí, viaja conmigo y atiende solícita mi primaria necesidad de estar al día, de distracción o de ensoñación. Su inmediatez es competencia insoportable para otros medios que tienen que esperar a la mañana siguiente o que necesitan grandes alardes técnicos para poder llegar a su público.
Cuando la televisión se ha convertido en basurilla deleznable la radio es el más elitista refugio de calidad donde la seriedad periodística ofrece albergue a quienes huímos asustados del sensacionalismo ramplón con que se amansa a la sociedad.
La radio local es proximidad, alguien se había olvidado de que también existíamos, de nos importábamos nosotros, nuestra ciudad y nuestro acontecer. Importaba Madrid y el Congreso, pero también Palencia, nuestros pueblos y nuestros campos. Me importa escuchar la voz cantarina del locutor que me habla de los asuntos municipales, la engolada voz del que entrevista al personaje importante o la voz excesivamente afectada del que lee las necrológicas.
Que yo recuerde siempre me ha acompañado la radio. La de aquí.
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