Con el paso de la mañana el tibio
sol se descuelga desde el cielo y lo despeja de neblinas enigmáticas,
pintándolo de azul rabioso con manchones blancos, índigo papel de lujo para
envolver la belleza en verde y piedra de la Pernía. Las aguas no quieren
perderse el encuentro y desde la tierra surge el Pisuerga para coquetear con
ellos y bañar la montaña palentina. Corre y salta veloz y fugaz para llegar
enseguida a Cantamuda dando de beber a osos y rebecos.
Del amor entre sol y piedra surge
la enhiesta espadaña de San Salvador. El río, todavía imberbe e inquieto,
quiere interrumpir su curso y preguntar qué ingenio pudo levantar tal asombro
hace mil años, qué fuerza movió dineros y voluntades medievales. Una rama de
acebo que va con el río explica al son de un rabel elegías sobre la fuerza y
carácter de hombres y mujeres que tienen en la firme roca un ejemplo para sus
almas.
Palencia se enrabieta en el
recuerdo del abandono de la abadía de Lebanza y se encarama a lomos de
Peñalabra para hacerse celeste, etérea y espiritual. Desde las alturas Palencia
castellana es una ordenada confusión de color que salpica el paisaje, dándole
guiños de mayo a una primavera que pasa del otoño lluvioso al verano inclemente
en el trascurrir de un día.
Pisuerga calma su ímpetu, remansa
su poder y ensancha, ingenuo y voluntarioso aprendiz de mar, sus orillas al
llegar a Vañes sin que un muelle lacere sus orillas ni embarcación ninguna
hiera su plácida superficie. Las cumbres se miran presumidas en el espejo del
lago para peinarse melenas de nube.
Pero las nubes prefieren pasar la
mañana jugando a ser antifaz de esta Arcadia pétrea y austera que dibuja para
quien salga de la vulgaridad vacacional un meandro inmenso de descanso e
intensidad vital. Un marco de montañas y cielo regalan a la vista belleza de la
que en Palencia presumiríamos si nos quisiéramos lo que esta tierra merece.
Cervera montañesa y castellana,
Cervera de noble historia y presente laborioso, cede el testigo a Aguilar
legendario y fabril que espera más allá para despedir a Pisuerga con olor a
vainilla. Después el río besa Herrera para darle apellido y busca serena y
voluptuosamente la planicie castellana para regar la estepa y convertirla en
granero de España. Se aleja despacio, con la serena elegancia que los nobles tienen,
en ascenso hacia la grandeza de la unión con el Duero. Se va para dejar de ser
palentino y hacerse, generosamente, internacional.
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