Sí, ya sé que éstos no son los
años sesenta, que el poder político y terrenal que entonces tuvo la Iglesia,
tan lógicamente criticable, no sólo hoy no existe sino que los católicos nos
hemos convertido en seres de segunda división, gente extraña y diferente que
marcha contra la corriente social dominante, personajes anormales y fácilmente
criticables de extremistas por el simple hecho de defender nuestras posiciones
en la sociedad. Está penado por la ley social hacer chistes de homosexuales o
gangosos, calvos o gordos, pero burlarse de los sentimientos religiosos de un
veinte por cien de la población debe ser defendido como libertad de expresión.
Si ustedes me salvan todo lo salvable, pasa como con los himnos, si es el
español puede ser silbado como muestra de libertad pero si se silba “Els
segadors” es muestra de barbarie, intolerancia y fascismo.
A mí me gustan algunas de las
cosas que canta Javier Krahe… o me gustaban. Le oía hace muchos años en TVE y desde
entonces ha desaparecido de mi horizonte… pero me gustaba, conste. Estoy seguro
de que tiene posturas políticas coherentes y compartidas por muchos miles de
españoles entre los que no me encuentro. Pero pretender que “cocinar” un
crucifijo sea libertad de expresión es como pretender que las bombas sean
fuegos artificiales.
A los españoles se los enseñó
durante el franquismo cuáles eran nuestros deberes, no se nos hablaba de los
derechos, más allá de escoger a los procuradores por el tercio familiar que
designaban Franco y sus corresponsales provinciales. En la democracia nos hemos
ido, algo habitual en España, al otro extremo del péndulo y parece que sólo nos
hayan hablado de derechos, nunca de deberes, cuando en realidad ambas cosas
deben ir íntimamente ligadas: Sin deberes no hay derechos. Mis derechos
terminan donde empiezan los de los demás, donde empieza el respeto, donde
empiezan mis obligaciones. Esa parte de la Constitución, de la democracia, de las
reglas del juego social, no se las ha aprendido Javier Krahe, seguramente
demócrata de toda la vida.
Pensar que las ofensas, a los
reyes, a las banderas, a los himnos, a la religión, a los demás en general,
entran dentro de los derechos y de las libertades es ser memo, flojo de sesera
y malintencionado. Ninguno de los personajes que defienden esas posturas
permitiría una ofensa a aquello que considere más propio, personal y sagrado.
“Cocinar” un crucifijo es ir
directamente al enfrentamiento, es buscar la ofensa por la ofensa de la forma
más chabacana, burda y perversa, porque sí, porque “yo soy progre y no como
esos meapilas asquerosos”, es una ofensa a las bases de la democracia y del
respeto a la ideología ajena, es algo propio de una persona sin el más
elemental sentido de la ética (¡y del ridículo!), de la democracia o del valor
de las opiniones y sentimientos de los demás, especialmente de aquellos torpes
e infelices que no tenemos la fortuna de tener la ideología sacrosanta del “señor?
Krahe.
PD Pienso que no debo seguir defendiendo
estas tesis católicocavernícolas, tardofranquistas y retrorretrógradas, tengo
que rejuvenecer, actualizarme, modernizarme. Debería escoger entre una actitud moderna
y progresista como la del señor Krahe o alguna otra postura igualmente innovadora
y actual, encogerme de hombros y ser indiferente, por ejemplo, que también se
lleva mucho.
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