Hace muchas horas ya que la noche
es definitiva, se nota en la sensación de frío sobre mis espaldas y en que mi
aliento forma vapor cada vez que respiro. A pesar de ello camino lentamente por
el parque, absorbiendo vehementemente el silencio, aprendiéndome de memoria las
estrellas, impregnándome de la estática noche para apaciguar un día agitado y
afanoso.
Me lleno de parque. Los pinos y
los abetos, los bancos y las esquinas me ofrecen cobijo que rechazo y me pierdo
por los caminos artificiales que enmarañan las tinieblas. Es tan bonito el
silencio porque me escucha, tan deseable la soledad porque me abraza. Nos
quedamos la noche, el parque y yo. Frente a frente. Ellos inmóviles; yo, nómada
del insomnio, mercadeando mis pensamientos de rincón en rincón sin encontrar,
salvo una esquina del periódico de los viernes, quien se interese por ellos.
Ahora que la sociedad parece
haber fracasado y nos damos cuenta de que nuestro porvenir era un vacío
envuelto en nada, ahora que el futuro pasa por volver al mundo rústico de
huerto y gallinas que creíamos atrasado, el parque es cartel del ansia de lo
rural que tiene la ciudad. En el silencio se oye la vida familiar… o su
sustituto moderno que es la televisión. Ladrillo, cristal y pizarra, de las casas
que circundan el parque salen rumores de noticiarios viejos y voces de series
modernas que adornan la cotidiana vulgaridad. La serenidad del parque es
también firme paréntesis defensivo contra la caída de la bolsa, la prima de
riesgo insufrible y las zafiedades de los parlamentarios.
Pero nada tan interesante ni
sugerente como la noche y las nubes, el frío y el silencio. Nada tan atractivo
como el solitario enredado en sus pensamientos. Sobre farolas como pompas
naranjas las nubes gritan negruras que espantan a la luna, proclamando otoño
eterno sobre los adosados que enmarcan el jardín, prometiendo una lluvia que en
unas horas romperá sobre la ciudad, tantos meses secos después.
Al fondo los coches son la
frontera, el bordillo es la alternativa, la calle es el final. La ciudad está
del otro lado y con ella la constante cantinela crujiente que acarrea el
tráfico, el sacramental silbido de las prisas. Yo me quedo de este lado; donde
se acaba el parque acabo yo, queda mucha noche que escuchar, quedan muchas
estrellas que aprender...
No hay comentarios:
Publicar un comentario