Palencia es una emoción:

20 octubre 2012

Pompas naranjas


Hace muchas horas ya que la noche es definitiva, se nota en la sensación de frío sobre mis espaldas y en que mi aliento forma vapor cada vez que respiro. A pesar de ello camino lentamente por el parque, absorbiendo vehementemente el silencio, aprendiéndome de memoria las estrellas, impregnándome de la estática noche para apaciguar un día agitado y afanoso.

Me lleno de parque. Los pinos y los abetos, los bancos y las esquinas me ofrecen cobijo que rechazo y me pierdo por los caminos artificiales que enmarañan las tinieblas. Es tan bonito el silencio porque me escucha, tan deseable la soledad porque me abraza. Nos quedamos la noche, el parque y yo. Frente a frente. Ellos inmóviles; yo, nómada del insomnio, mercadeando mis pensamientos de rincón en rincón sin encontrar, salvo una esquina del periódico de los viernes, quien se interese por ellos.

Ahora que la sociedad parece haber fracasado y nos damos cuenta de que nuestro porvenir era un vacío envuelto en nada, ahora que el futuro pasa por volver al mundo rústico de huerto y gallinas que creíamos atrasado, el parque es cartel del ansia de lo rural que tiene la ciudad. En el silencio se oye la vida familiar… o su sustituto moderno que es la televisión. Ladrillo, cristal y pizarra, de las casas que circundan el parque salen rumores de noticiarios viejos y voces de series modernas que adornan la cotidiana vulgaridad. La serenidad del parque es también firme paréntesis defensivo contra la caída de la bolsa, la prima de riesgo insufrible y las zafiedades de los parlamentarios.

Pero nada tan interesante ni sugerente como la noche y las nubes, el frío y el silencio. Nada tan atractivo como el solitario enredado en sus pensamientos. Sobre farolas como pompas naranjas las nubes gritan negruras que espantan a la luna, proclamando otoño eterno sobre los adosados que enmarcan el jardín, prometiendo una lluvia que en unas horas romperá sobre la ciudad, tantos meses secos después.

Al fondo los coches son la frontera, el bordillo es la alternativa, la calle es el final. La ciudad está del otro lado y con ella la constante cantinela crujiente que acarrea el tráfico, el sacramental silbido de las prisas. Yo me quedo de este lado; donde se acaba el parque acabo yo, queda mucha noche que escuchar, quedan muchas estrellas que aprender...

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