Desde que de jovencito salí por
primera vez a Francia y me despedí de la boina ideológica siempre he pensado
que lo del horario español no había quien se lo tragara. Sí, nosotros sí porque
hemos nacido y crecido en él sin alternativa, pero en cualquier lugar del mundo
no parece civilizado ni lógico que los comercios cierren de una y media a cinco
y vuelvan a abrir hasta las ocho.
A mí esa hora siempre me ha
parecido más propia de estar en casa gozando de la calma del hogar que de estar
en medio de la multitud comprando cuarto y mitad de la nueva colección otoño-invierno;
como mucho me parecería lógico estar en mi bar favorito tomando una cerveza y
una de calamares.
Porque unos retrasos llevan a
otros y cenamos a horas en las que más allá de los Pirineos -y en Portugal, que
está ahí mismo- están empezando ya a incubar el primer sueño, acolchado
silloncito y amorfa serie de televisión por medio. Le cuentas a un extranjero a
qué horas nos acostamos y les dejas con la boca abierta. O cerrada, sujetándose
la risa.
Cambiar tan carpetovetónicas
costumbres no debe ser nada fácil, ahí tienen la dura batalla en algunos
colegios rurales para cambiar las clases a la sesión matutina, qué burros
podemos llegar a ser. Seguramente a cuenta de la crisis existe en el Congreso
de los Diputados una subcomisión "para el estudio de la Racionalización de
Horarios, la Conciliación de la Vida Personal, Familiar y Laboral y la
Corresponsabilidad"… (Qué nombre… ¿Les pagarán por palabras?)
El caso es que esta subcomisión
propone cambiar nuestra hora oficial y pasarnos al huso británico, lo que bien
visto significa separarnos del común europeo y arrimarnos a la excepción
inglesa. Puede que detrás de tan estirado nombre esté la intención de facilitar
la llegada de más jóvenes ingleses a emborracharse a nuestras costas, a orinar
en las calles y a tirarse a la piscina desde el balcón del hotel… pues bueno…
De otra forma no se entiende ese empeño en desgajarnos de la mayoría y
acercarnos a los raros.
A mí me parece mucho más sencillo
conseguir que los comercios abran de nueve a cinco o cualquier otra hora
decente. Para ello bastaría con obligar a las televisiones a adelantar su
acreditadísima basura alienante a las siete de la tarde, pongamos. Y de ahí al
"Nenes, a la cama que mañana la escuela empieza a las ocho" no hay
más que un paso.
Sin duda debemos racionalizar nuestro horario urgentemente, pero
también los nombres de las subcomisiones.
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