Antes de empezar a leer debe el lector saber que no he mantenido
una postura definida sobre la candidatura de Madrid como sede olímpica. Hace ya
algún tiempo escribí en contra, pero últimamente mi postura era más neutral. O
indiferente, no sé.
La eliminación me supuso cierta decepción, sin duda, pero a
toro pasado me parece la decisión más coherente con un país decepcionante desde
sus más altas instituciones a los más barriobajeros personajes. Pero antes de
seguir adelante creo que todos tenemos claro que en las decisiones del COI
pesan más sin duda tanto las filias y fobias personales como las relaciones
internacionales, políticas, económicas y... bélicas. Quizá habríamos conseguido
esos juegos olímpicos si ahora estuviésemos junto a EE.UU. bombardeando Siria.
Pero tenemos el país que tenemos, un país relleno de rinconetes
y cortadillos, de sobresueldos fuera de nómina, de ERE's falsos, de sindicatos
y partidos mafiosos, en el que a parte de la juventud se le acota un parque
público para que celebre el botellón universitario, en el que algunos padres no
se atreven a contradecir a sus hijos, en el que la presidenta de una comunidad
autónoma ha tardado diez años en acabar su carrera de Derecho... y es celebrada
por sus partidarios como una heroína.
No se nos olvide que el prestigio de España, asunto que sin
duda interviene también a la hora de tomar estas decisiones, está cuestionado
por asuntos como el despilfarro generalizado en bancos y cajas de ahorros, en
superhipermegajubilaciones de banqueros, subvenciones a organizaciones
extranjeras -sean lingüísticas, culturales o de homosexuales- que no son
cuestionadas internamente porque en determinadas capas sociales se acepta con
ojos cerrados (y nariz tapada) todo lo que tenga que ver con nacionalismos y
sexualidad. Con todo ello formamos el retrato de un país poco fiable, sin moral
pública, sin concepto de bien público, sin un concepto elevado de la
honorabilidad. No cabe preguntarse dónde estaban los gobiernos mientras todo
esto sucedía (todos ellos, pero especialmente el actual y los dos anteriores),
sino dónde estábamos los españoles que callábamos y consentíamos mientras
leíamos todos los días estas noticias que ahora nos parecen escandalosas.
Somos el país de Chikilicuatre y el de los chikili-cutres hablando… hablando… hablando “inglés”. Si a todo ello añadimos el largo y
caudaloso río de las drogas en el deporte encontramos una de las varias
explicaciones posibles por las que la marca España es rechazada
internacionalmente. Por mucho que el Príncipe se haya ganado la abdicación de
su padre, por cierto.
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