En un entendimiento que
cualquiera hubiera jurado imposible, las organizaciones de izquierda más
radicales y las organizaciones humanitarias católicas se han unido en un apoyo
a los refugiados que huyen de las diversas guerras que asolan Oriente Medio.
Que entre ambos campos ideológicos, tan distantes, no haya más comprensión
mutuo se hace difícil de entender visto cuánto comparten.
Hemos de empezar a entender que
un refugiado no es un inmigrante, que la legislación los protege de manera
distinta y que sus pretensiones y objetivos son distintos. La pregunta aun así
es si Europa está preparada para tal invasión de gentes, cubrir sus necesidades
y salir incólume del choque de civilizaciones. Europa se encuentra entre dos frentes,
seguir su tradición cristiana y democrática de apoyo al débil, al injustamente
tratado, y protegerse de cuantos indeseables se cuelen bajo la piel de cordero
de un refugiado. Dados los resultados electorales en Alemania puede parecer que
mientras Europa y sus instituciones tienen claro cuál es su deber los votantes
europeos pueden escoger el camino contrario.
Al que huye de la guerra, de la
barbarie o de la destrucción hay que salvaguardarlo siempre mientras dure su
situación de indefensión. Europa no puede aprobar las deportaciones masivas, no
se pueden exponer a los peligros de las modernas guerras –cuanto más modernas
más crueles e insufribles- a millones de refugiados que han tenido la desgracia
de sufrir la barbarie en su propia casa. Todos hemos sido refugiados alguna vez
en la historia, todos hemos necesitado y vamos a necesitar un lugar donde
esconder la cabeza mientras alrededor caen bombas, todos los pueblos a lo largo
de la existencia humana pasan por etapas de poder y etapas de indefensión.
No puede haber deportaciones masivas,
Europa debe además defender su sistema de vida, ese que lleva primero al
envejecimiento social y después a la desaparición –al tiempo que garantiza unos
derechos, trabajos y pensiones que en otros sistemas no existen- que tiene unos
valores y una tradición democrática que nos ha hecho ser parte del mundo
¿civilizado? y adelantado.
Las violaciones masivas de la
noche de fin de año en Colonia son una alerta del peligro ante el que nos
encontramos: mantener nuestras libertades y nuestra filosofía de vida y asistir
al mismo tiempo a quienes no las conocen y a veces las desafían. El reto es
increíble, pero la sociedad moderna y evolucionada capaz de hacer circular un
tren bajo el Canal de la Mancha debe encontrar soluciones apropiadas para
separar el trigo de la paja. Y para mantener incólumes sus derechos y sus
tradiciones que arrancan de un sentido cristiano de la vida. Quizá el problema
sea que Europa está olvidando y despreciando sus orígenes culturales religiosos
mientras los despreciables refugiados los traen como bandera.
Si ONGs radicalmente opuestas al
sentimiento religioso, ésas que creen que la religión es el opio del pueblo, y
ONGs cristianas coinciden en señalar cuál es el deber de Europa ¿no paree claro
el camino a seguir? Eso sí, separando lobos de corderos, protegiendo intereses
comunes, defendiendo los mismos derechos que siempre se han defendido,
impidiendo la desaparición de la cultura que nos ha situado a la cabeza del
mundo libre, Europa está en juego.
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