Les confieso que por sanidad
mental no he visto ninguna de las dos sesiones de la fallida investidura y he seguido
las informaciones pertinentes por otros medios. No obstante alguna imagen y
algún sonido ha tenido que soportar muy pacientemente mi cabeza, loado sea
Dios.
He visto por ejemplo la seriedad
de los ujieres del Congreso a la entrada de los parlamentarios, he comprobado sus
rostros serios, sus trajes solemnes y su profesionalidad prestos para echar una
mano cuando hiciera falta a unos congresistas que a veces parecían una
turbamulta de aficionados, forofos, fans, supporters, tifosi… Y que a veces parecían
muy lejos de cualquier sensación de profesionalidad.
Ser representante del pueblo es
un alto encargo que la nación española, mientras exista, encomienda solo a unos
privilegiados. En cambio, ser ujier lo puede ser cualquiera, y espero que los
lectores me entiendan solo en modo positivo y nunca despectivo a estos
trabajadores, tan dignos como cualquier otro. Ser diputado es un honor, o
debería serlo, mientras ser ujier es ser “solo” un funcionario. E insisto en
pedir al lector una sana interpretación de mis palabras.
Pues esos funcionarios, grandes
profesionales, parecían saber mucho mejor que algunos parlamentarios la alta
dignidad de su empeño, eran conscientes de la importancia de su labor, de que
con su aspecto digno y repeinado representaban el respeto que deben a sus
señorías (y su alta misión) y a los ciudadanos. Serios, atildados, atentos a su
trabajo y con un aura de dignidad estaban muy lejos de algunos parlamentarios,
e insisto en el indefinido, que parecían disponerse a ver en el salón de su
casa, en chanclas y con chicle en la boca, una de esas comedietas llenas de
barriobajeros personajes y maricas indisimulados que tanto gustan a Telecinco y
a antena 3. Y a la mayoría de españoles, por tanto.
Mientras el protocolo y el buen
gusto marca severamente cómo deben ir vestidos los conserjes, ninguna norma
dicta cómo deben ir vestidos aquellos que tienen la mucho más alta tarea de representarnos;
ninguna regla señala cuál debe ser el aspecto de quienes han aceptado la
altísima responsabilidad de personificarnos. Ni siquiera el buen gusto, que se
supone deben tener gentes de determinado nivel cultural, parece avisar a algunos
de que la ocasión demanda no ir en mangas de camisa o vaqueros.
Sé que algunos de ustedes pueden
responder que debajo de una chaqueta americana y de una corbata se puede esconder
un timador, un estafador o un defraudador. Y es evidente que así ha sido
durante años, ahí tenemos los casos cometidos por engominados individuos en Madrid,
Valencia o Andalucía, sin ir más lejos. Ah, y en Cataluña.
Pero si es cierto lo anterior,
desde siempre se ha dicho que el hábito no hace al monje, me pregunto si ese
estafador no puede existir igualmente bajo una camisa sudada y unas bermudas
con chanclas. Y me pregunto también quién demonios ha dicho que el buen gusto y
las buenas formas y la buena educación están reñidos con la honradez.
Representar al pueblo implica una
dignidad que hay que exteriorizar, que hay que mostrar, que hay que ofrecer.
¿Es una ofensa pedir que un parlamentario vista como un empleado de unos
grandes almacenes? Y por cierto, tampoco es eso lo que estoy pidiendo. Sin
embargo si, en igualdad de condiciones, en un restaurante nos reciben y nos
atienden con mejor aspecto que en el de al lado todos tenemos claro qué
restaurante elegiríamos. ¿Usted no? Pues yo también: yo elijo a los ujieres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario