Buenos días, señores oyentes,
¿qué tal han pasado el fin de semana? ¿Tuvieron comunión? A mí también me
habían invitado pero tampoco he ido. Esto de las comuniones se está volviendo
pesado y…, qué caray, casualmente el mismo día tenía un safari (fotográfico,
conste) que me fue imposible rehuir. Compromisos que te pone la vida por
delante.
Ignoro cuándo la Primera Comunión
se convirtió en una gala social, en un desfile de vanidades y vulgaridades. No
termino de entender qué manía nos ha entrado a todos con engrandecer lo que
debería ser un acto sencillo e íntimo. Me incomoda la cosa esta en que se han
convertido las comuniones. No, no, abra bien los oídos, señor, que no estoy
criticando las comuniones en sí, sino esa absurda muestra de opulencia en que
se han trasformado. En otras sociedades, en otros tiempos, existían “los bailes
de presentación en sociedad” de los jóvenes (y “jóvenas”) casaderos en los que
las familias bienpensa…. en los que las familias "bien pudientes" se gastaban lo
que cuesta un riñón; ahora entendemos que eso sería algo impropio, clasista,
pero lo hemos sustituido por otros actos sociales… que no deberían ser tan
sociales, aunque sí, nos siguen costando un riñón.
Hay una manía de manifestar al
mundo lo ricos que somos, lo bien que nos van las cosas y lo satisfechos que
estamos de cómo nos trata la vida. Encantaos de habernos conocido, oigausté. De
la misma forma que necesitamos mostrar a los demás el maravilloso viaje que nos
hemos montao por tierras extranjeras, y para ello echamos mano de Facebook o
Instagram, también necesitamos mostrar, a mí me parece que muy impúdicamente,
nuestra opulencia. Y para ello está la Primera Comunión, su banquete y los
regalos. Invitamos a sobrinos, primos, nietos y demás familia aunque llevemos
años sin verlos ni interesarnos por ellos. Ni ellos por nosotros. Pero hay que
invitarlos, faltaría más, qué iban a decir de nosotros si no lo hacemos… Y
ellos se procuran las mejores galas, pierden un día de descanso y se sienten
obligados a realizar un presente al tierno infante que al final de la jornada
se encuentra en las manos con tres relojes, cinco máquinas de fotos, tres o
cuatro tabletas (por favor, no diga “tablets”) y varias decenas de esas
maquinitas diabólicas de juegos electrónicos. Y todo ello para celebrar un
momento que debería haber sido espiritual.
Y lo que debería ser un acto religioso,
que exige una preparación y una conciencia tanto de los padres como del
chiguito, se convierte en una charlotada que el protagonista no es capaz de
digerir. El pobre hijo, que no ha visto a sus padres pisar la iglesia en sus
siete años de vida, debe andar con escozor en las neuronas, tratando de
averiguar si el próximo año puede volver a hacer la primera comunión. Otra vez.
Supongo que así funciona la
sociedad capitalista que, visto lo visto, es lo menos malo que hemos sabido
crear, por muy deficiente que sea, que lo es. Que nos gastemos ese dineral en
una comunión y que luego no vayamos a la iglesia hasta el día de la definitiva
despedida es algo que no cuadra bien; en mi opinión, humildísima y casi siempre
desacertada, se llama hipocresía. La sociedad debería gastarse ese pastizal en ir
al sicólogo todas las semanas, pero tampoco quiero provocar enfado en los
ilustres gremios de fotógrafos, floristas, restauradores y sastres que tienen
en el mes de mayo una oportunidad de ingresar fondos con los que pagar
impuestos.
Allá cada uno, pero a mí me
parece que para el domingo que viene me va a surgir otro safari fotográfico de
todo punto imprevisto. Y si ustedes quieren más guerra les espero en tuiter.
@pedrodehoyos se despide hasta la semana que viene.
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Esta es mi colaboración semanal en Onda Cero Palencia
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