Estoy consternado, señores; si en
su momento ya me había dejado anonadado que le dieran el premio nobel de la paz
a Obama sin haber hecho más que asomarse a la presidencia de su país, que ahora
le hayan dado el de Literatura a… a…. a este… bueno, a “ese” señor me deja
desmayado, desalentado, destruido...
Aunque les confieso que aún hay
esperanza, el interesado no ha sido localizado después de varios días de
llamadas incesantes de la academia sueca. El chiste es demasiado fácil pero no
me resisto: Que se está haciendo el sueco, vaya, y no se da por enterado. O el
interesante, para mí que se está haciendo el interesante y está echado encima
de la cama, en calzoncillos, con un palillo entre los dientes, sonriendo
maliciosamente y diciendo “llamad, llamad, malditos”. Así que todavía hay
esperanza de que se lo retiren y se lo den a un… escritor. Perdonen que
insista: a un escritor. Bastaría que el jurado se diese una vuelta por una
biblioteca pública, se pusiera frente a cualquier estantería y se lo jugase a las
tabas, seguro que acertaría.
El premio nobel de Literatura
tenía varias honestas tradiciones que debían ser respetadas: dárselo a un autor
angloparlante y bien conectado con la industria editorial; dárselo a un
desconocido autor japonés o egipcio al que no entendían ni en su país… y de vez
en cuando dárselo a un escritor, en España tenemos varios ejemplos. Dar el
premio nobel a este individuo es ponerlo a la altura de Camilo José Cela, Pablo
Neruda, Gabriel García Márquez. Y desde luego lo ponía, solo teóricamente, por
encima de Don Miguel Delibes. Dígame usté, señor mío, que el premio nobel de
Literatura de este año escribía mejor que Delibes. Ya, ya sé que a alguno les
sonará mucho eso de que “la respuesta, amigo mío, está escrita en el viento”…, pero también les suena Juan Ramón Jiménez y
“Platero y yo”. ¿Acaso son textos equiparables? Soy de la triste opinión de que
los académicos suecos han quedado al nivel del bueno de Platero, pero al nivel
de un platero mohíno, apagado, sin vitalidad y sin las bondades del animal al
que cantó el autor onubense. Al nivel burro… de carga.
Yo me temo que estos señores no han hecho sus
deberes, que el invierno sueco les congela las neuronas y, claro, patinan, no
se realizan de manera adecuada las conexiones y pasa esto. A ver, ¿por qué
motivo le dan un premio a este pájaro y no se lo dan a Joaquín Sabina? ¿O a
Serrat? También son del grupo de los protestones e inconformistas y con
frecuencia tocan las guirnaldas inguinales al poder, como el premiado. ¿Era acaso
ese el mérito escondido? Aunque ya puestos a ponerse exigentes, mi favorito
habría sido Paquirrín. ¿Qué tienen otros que no tenga el chiguito de la
Pantoja? Que se lo den, por favor, que se lo den.
Luego me riñen ustedes porque soy
pesimista, a ver si esto no es una demostración de que Occidente, la cultura
occidental, tiene los pies de barro. Eso o está vendida al salvaje capitalismo
editorial. Hala, escojan. Al paso que van las cosas el año que viene algún premio
nobel de cualquier cosa le dan a Donald Trump. Aunque sea el de la chulería.
Miren hoy les dejo ya,
malhumorado a la vez que divertido y cansado. Les dejo, digo, con la esperanza
de que el año que viene el premio Princesa de Asturias de las Artes se lo den a
Belén Esteban.
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