Palencia es una emoción:

09 noviembre 2016

Borracha hasta morir

Me he pasado toda mi vida profesional enredado primero con adolescentes y después con niños por eso me ha llamado especialmente la atención el caso de esta niña de Madrid muerta por sobredosis de droga... bueno, de coma etílico, pero a veces conviene cambiar los nombres a las cosas para obtener la verdadera dimensión de las circunstancias. La repetición de los nombres cansa, las palabras envejecen y con el uso pierden parte de su importancia: Sobredosis de droga, en definitiva.

Las noticias respetan la privacidad de esta familia, solo sabemos que son de origen polaco, por lo que “cantan” demasiado los reproches que algunos hacen a los padres, a los que culpan de que esta niña de doce años hubiera sido encontrada borracha en dos ocasiones anteriores y llevada a casa por la policía municipal. Yo no sé si son culpables o no, en todo caso no son los únicos culpables, en esta sociedad no se libra nadie.

Yo estoy convencido de que el alarmante descenso en la natalidad no se debe solo a que con uno o dos hijos se vive mejor que con cuatro sino a lo conflictivo que resulta educarlos en esta sociedad cambiante, que tolera pulpo como animal de compañía, en la que los límites entre lo permisible y lo censurable están cada vez más difuminados.

He contemplado demasiadas veces cómo algunos hijos faltaban al respeto a sus padres sin que estos arrugaran el entrecejo, cómo algunos lo hacían con los maestros y cómo algunos padres descargaban su falta de educación y de principios sobre los maestros. Y fíjense que he sido cauto y he repetido tres veces el indefinido. Es sorprendente cómo nuestra sociedad tolera determinadas conductas, cómo admite otras y cómo en general preferimos abstenernos de tomar medidas determinantes con algunas conductas. Todo antes que permitir que nos llamen autoritarios, fachas o atrasados. Estoy convencido de que padecemos un miedo atroz, socialmente muy amplio, e incapacitador a todo aquello que suene a autoridad. Confundimos autoridad con autoritarismo, vemos franquismo detrás de cada esquina, detrás de cada “no” que decimos a nuestros hijos. Y hay que decir muchos, lamentablemente.

Hemos decidido que no hay que prohibir, que no hay que decir “no”, que hay que ser mil veces pacientes y tolerantes, hasta ha calado en muchos padres y educadores la estupidez de ser “amigos de nuestros hijos”. Como si los amigos y los padres tuviesen la misma función, ya vemos cuál fue la función de los amigos de esta chiguita, permítanme el localismo.

El caso es que en buena parte de la sociedad (repito: “en parte”) se ha impuesto la idea de que todos tenemos derecho a todo porque sí, “porque yo lo valgo”, sin tener que ganarlo, sin esfuerzo. Ah, e inmediatamente, faltaría más. Y más, mucho más, si se trata de un crío. Así los padres que pretendan llevar escrupulosamente la educación de sus hijos son sobrepasados por un mundo de tolerancia, de “encogimiento de hombros”, de permisividad que envuelve a todos y que dificulta la labor de quienes desearían enfrentarse a una sociedad que nos ha llevado a una elevadísima tasa de abandono escolar, a la cultura del botellón y que lleva todos los fines de semana a menores a las salas de urgencias de los hospitales. Si los padres de esta niña hubieran tirado alguna vez la toalla tal vez la culpa no sea suya, solo suya… Bueno,  y no solo hablo de menores, les recuerdo los afamados botellones de la universidad de Granada o lo que pasa en nuestra Palencia allá por San Isidro. ¿O ustedes creen que los autobuses que en esa fecha vienen a Palencia desde media España vienen por la música?

Rechazamos el esfuerzo, rechazamos las prohibiciones, rechazamos las normas, rechazamos la autoridad. Digo autoridad, que la hay siempre, en todas partes, en todas las culturas, en todos los países, en todos los regímenes políticos. No me la confundan con otra cosa.

Y rechazamos las tareas escolares. Dicen que para conciliar la vida familiar. Si es así lo que hay que cambiar no es los deberes razonables sino otras cosas más profundas, probablemente la vida laboral o la familiar. Lo que un padre consciente no debe hacer nunca es menoscabar la autoridad del maestro delante de su hijo. Ni la del maestro ni la del técnico del lavavajillas o de la televisión que además le cobran 30€ más la pieza, más el desplazamiento y más el IVA. Pero los tres saben lo que hacen, son expertos en la materia, están suficientemente preparados.


Y si algo tienen que añadir les espero en Twitter, @pedrodehoyos se despide hasta la semana que viene si el cielo no se ha derrumbado sobre nuestras cabezas.

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