Me he pasado toda mi vida
profesional enredado primero con adolescentes y después con niños por eso me ha
llamado especialmente la atención el caso de esta niña de Madrid muerta por
sobredosis de droga... bueno, de coma etílico, pero a veces conviene cambiar
los nombres a las cosas para obtener la verdadera dimensión de las
circunstancias. La repetición de los nombres cansa, las palabras envejecen y
con el uso pierden parte de su importancia: Sobredosis de droga, en definitiva.
Las noticias respetan la
privacidad de esta familia, solo sabemos que son de origen polaco, por lo que
“cantan” demasiado los reproches que algunos hacen a los padres, a los que
culpan de que esta niña de doce años hubiera sido encontrada borracha en dos
ocasiones anteriores y llevada a casa por la policía municipal. Yo no sé si son
culpables o no, en todo caso no son los únicos culpables, en esta sociedad no
se libra nadie.
Yo estoy convencido de que el
alarmante descenso en la natalidad no se debe solo a que con uno o dos hijos se
vive mejor que con cuatro sino a lo conflictivo que resulta educarlos en esta
sociedad cambiante, que tolera pulpo como animal de compañía, en la que los
límites entre lo permisible y lo censurable están cada vez más difuminados.
He contemplado demasiadas veces
cómo algunos hijos faltaban al respeto a sus padres sin que estos arrugaran el
entrecejo, cómo algunos lo hacían con los maestros y cómo algunos padres
descargaban su falta de educación y de principios sobre los maestros. Y fíjense
que he sido cauto y he repetido tres veces el indefinido. Es sorprendente cómo
nuestra sociedad tolera determinadas conductas, cómo admite otras y cómo en
general preferimos abstenernos de tomar medidas determinantes con algunas
conductas. Todo antes que permitir que nos llamen autoritarios, fachas o
atrasados. Estoy convencido de que padecemos un miedo atroz, socialmente muy
amplio, e incapacitador a todo aquello que suene a autoridad. Confundimos autoridad
con autoritarismo, vemos franquismo detrás de cada esquina, detrás de cada “no”
que decimos a nuestros hijos. Y hay que decir muchos, lamentablemente.
Hemos decidido que no hay que
prohibir, que no hay que decir “no”, que hay que ser mil veces pacientes y
tolerantes, hasta ha calado en muchos padres y educadores la estupidez de ser
“amigos de nuestros hijos”. Como si los amigos y los padres tuviesen la misma
función, ya vemos cuál fue la función de los amigos de esta chiguita,
permítanme el localismo.
El caso es que en buena parte de
la sociedad (repito: “en parte”) se ha impuesto la idea de que todos tenemos
derecho a todo porque sí, “porque yo lo valgo”, sin tener que ganarlo, sin
esfuerzo. Ah, e inmediatamente, faltaría más. Y más, mucho más, si se trata de
un crío. Así los padres que pretendan llevar escrupulosamente la educación de
sus hijos son sobrepasados por un mundo de tolerancia, de “encogimiento de
hombros”, de permisividad que envuelve a todos y que dificulta la labor de
quienes desearían enfrentarse a una sociedad que nos ha llevado a una
elevadísima tasa de abandono escolar, a la cultura del botellón y que lleva
todos los fines de semana a menores a las salas de urgencias de los hospitales.
Si los padres de esta niña hubieran tirado alguna vez la toalla tal vez la
culpa no sea suya, solo suya… Bueno, y
no solo hablo de menores, les recuerdo los afamados botellones de la
universidad de Granada o lo que pasa en nuestra Palencia allá por San Isidro.
¿O ustedes creen que los autobuses que en esa fecha vienen a Palencia desde
media España vienen por la música?
Rechazamos el esfuerzo,
rechazamos las prohibiciones, rechazamos las normas, rechazamos la autoridad.
Digo autoridad, que la hay siempre, en todas partes, en todas las culturas, en
todos los países, en todos los regímenes políticos. No me la confundan con otra
cosa.
Y rechazamos las tareas
escolares. Dicen que para conciliar la vida familiar. Si es así lo que hay que
cambiar no es los deberes razonables sino otras cosas más profundas,
probablemente la vida laboral o la familiar. Lo que un padre consciente no debe
hacer nunca es menoscabar la autoridad del maestro delante de su hijo. Ni la
del maestro ni la del técnico del lavavajillas o de la televisión que además le
cobran 30€ más la pieza, más el desplazamiento y más el IVA. Pero los tres
saben lo que hacen, son expertos en la materia, están suficientemente
preparados.
Y si algo tienen que añadir les
espero en Twitter, @pedrodehoyos se despide hasta la semana que viene si el
cielo no se ha derrumbado sobre nuestras cabezas.
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